¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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Un campamento para semidioses como yo (Parte uno)
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La ira sustituyó al miedo. Sentí una fuerza abrasadora que me subía por las extremidades: el mismo subidón de energía que me había embargado cuando entrene con un esqueleto en el Hades.
El hombre toro se volvió hacia Grover, que yacía indefenso en la hierba. Se le aproximó, olisqueando a mi amigo como dispuesto a levantarlo y disolverlo también.
No iba a permitirlo. No dejaría que el sacrificio de la señora Jackson halla sido en vano.
Al parecer Percy tuvo la misma idea.
—¡Eh, tú! ¡¡Eh!! —grito, mientras sacudía el impermeable rojo que antes tenía puesto—. ¡Eh, imbécil! ¡Mostrenco!
Mi amigo corrió hacía el hombre toro y yo lo seguí.
—¡Brrrrr! —se volvió hacia nosotros sacudiendo los puños carnosos.
Tenía una idea; una idea estúpida, que delataría mi ascendencia divina o que al menos estuve en contacto en ella, pero fue la única que se me ocurrió en ese instante.
Percy se puse delante del grueso pino sacudiendo el impermeable rojo ante el hombre toro, listo para saltar a un lado en el último momento y yo me coloque al lado de él.
El monstruo embistió demasiado rápido, con los brazos extendidos para cortar las vías de escape.
El tiempo se ralentizó.
Mis piernas se tensaron. Como Percy no podía saltar a un lado, saltó hacia arriba y, brincando en la cabeza de la criatura como si fuera un trampolín. Y yo, yo me transporte entre las sombras a unos metros de distancia.
Un micro-segundo más tarde, la cabeza del monstruo se estampó contra el árbol y el impacto casi me envía volando. El hombre toro se sacudió, intentando derribar a Percy. Él se aferro a sus cuernos para no acabar en tierra.
