Desapariciones (Parte uno)
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Nunca había visto el Campamento Mestizo en invierno y la visión de la nieve me sorprendió.
El campamento dispone de un control climático de tipo mágico que es el último grito. Ninguna borrasca atraviesa sus límites a menos que el director en persona —el señor D— lo permita. Así pues, yo creía que haría sol y buena temperatura. Pero no: habían dejado que cayera una ligera nevada. La pista de carreras y los campos de fresas estaban llenos de hielo. Habían decorado las cabañas con lucecitas parpadeantes similares a las navideñas, salvo que parecían bolas de fuego de verdad. También brillaban luces en el bosque. Y lo más extraño de todo: se veía el resplandor de una hoguera en la ventana del desván de la Casa Grande, donde moraba el Oráculo apresado en un cuerpo momificado.
—Uau —dijo Nico al bajarse del autobús—. ¿Eso es un muro de escalada?
—Así es —respondí.
—¿Cómo es que chorrea lava?
—Para ponerlo un poquito más difícil... Ven —le dijo Percy—. Te voy a presentar a Quirón. Zoë, ¿tú conoces...?
—Conozco a Quirón —dijo, muy tiesa—. Dile que estaremos en la cabaña ocho. Cazadoras, seguidme.
—Les mostraré el camino —se ofreció Grover.
—Ya conocemos el camino.
—De verdad, no es ninguna molestia. Resulta bastante fácil perderse por aquí si no tienes..
Tropezó aparatosamente con una canoa, pero se levantó sin parar de hablar.
—... como mi viejo padre solía decir: ¡adelante!
Zoë puso los ojos en blanco, pero supongo que comprendió que no podría librarse de Grover. Las cazadoras cargaron con sus petates y arcos, y se encaminaron hacia las cabañas. Antes de seguirlas, Bianca se acercó a su hermano y le susurró algo al oído; lo miró esperando una respuesta, pero Nico frunció el entrecejo y se volvió.
—¡Cuidense, guapas! —les gritó Apolo a las cazadoras. A mí me guiñó un ojo—. Ya no lastimes tu hermosa piel, linda. Tú, Percy, ándate con cuidado con esas profecías. Nos veremos pronto.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó el pelinegro.
En lugar de responder, se subió al autobús de un salto.
—¡Nos vemos, Thalia! —gritó—. ¡Y sé buena!
Le lanzó una sonrisa maliciosa, como si supiera algo que ella ignoraba. Luego cerró las puertas y arrancó. Tuve que protegerme con una mano mientras el carro del sol despegaba entre una oleada de calor. Cuando volví a mirar, el lago despedía una gran nube de vapor y un Maserati remontaba los bosques, cada vez más resplandeciente y más alto, hasta que se disolvió en un rayo de sol. Nico seguía de mal humor. Me pregunté qué le habría dicho su hermana.
—¿Quién es Quirón? —me preguntó—. Esa figura no la tengo.
—Es nuestro director de actividades —le dije—. Es... bueno, ahora lo verás.
—Si no cae bien a esas cazadoras —refunfuñó él—, para mí ya tiene diez puntos. Vamos.
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La segunda cosa que me sorprendió fue lo vacío que estaba el campamento. Yo sabía que la mayoría de los mestizos se entrenaban sólo en verano. Ahora únicamente quedaban los que pasaban allí todo el año: los que no tenían un hogar adónde ir o los que habrían sufrido demasiados ataques de los monstruos si hubieran abandonado el campamento. Pero incluso ese tipo de campistas parecían más bien escasos.
Charles Beckendorf, de la cabaña de Hefesto, avivaba la forja que había junto al arsenal. Los hermanos Stoll, Travis y Connor, de la cabaña de Hermes, estaban forzando la cerradura del almacén. Varios chicos de la cabaña de Ares se habían enzarzado con las ninfas del bosque en una batalla de bolas de nieve. Y nada más, prácticamente. Ni siquiera Clarisse, mi antigua rival de la cabaña de Ares, parecía andar por allí.
La Casa Grande estaba decorada con bolas de fuego rojas y amarillas que calentaban el porche sin incendiarlo. Dentro, las llamas crepitaban en la chimenea. El aire olía a chocolate caliente. El señor D, director del campamento, y Quirón se
entretenían jugando una partida de cartas en el salón. Llevaba la barba más desgreñada en invierno y algo más largo su pelo ensortijado. Ahora no tenía que adoptar la pose de profesor y supongo que podía permitirse una apariencia más informal. Llevaba un suéter lanudo con un estampado de pezuñas y se había puesto una manta en el regazo que casi tapaba del todo su silla de ruedas. Nada más vernos, sonrió.—¡Percy! ¡Thalia! ¡Mayven! Y éste debe de ser...
—Nico di Angelo —dijo Percy—. Él y su hermana son mestizos.
Quirón suspiró aliviado.
—Lo han logrado, entonces.
—Bueno...
Su sonrisa se congeló.
—¿Qué ocurre? ¿Y dónde está Annabeth?
—¡Por favor! —dijo el señor D con fastidio—. No me digáis que se ha perdido también.
Yo había intentado hacer caso omiso del señor D, pero era difícil ignorarlo con aquel chándal atigrado de color naranja y las zapatillas de deporte moradas (¡como si él hubiese corrido alguna vez en toda su vida inmortal!). Llevaba una corona de laurel ladeada sobre su oscuro pelo rizado. No creo que significara que había ganado la última mano a las cartas.
—¿A qué se refiere? —preguntó Thalia—. ¿Quién más se ha perdido?
En ese momento entró Grover, trotando y sonriendo con aire alelado. Tenía un ojo a la morado y unas marcas rojas en la cara que parecían de una bofetada.
—¡Las cazadoras ya están instaladas! —anunció.
Quirón arrugó la frente.
—Las cazadoras, ¿eh? Tenemos mucho de que hablar, por lo que veo —le echó una mirada a Nico—. Grover, deberías llevar a nuestro joven amigo al estudio y ponerle nuestro documental de orientación.
—Pero... Ah, claro. Sí, señor.
—¿Un documental de orientación? —preguntó Nico—. ¿Será apto para menores? Porque Bianca es bastante estricta...
—Es para todos los públicos —aclaró Grover.
—¡Genial! —exclamó el chico mientras salían del salón.
—Y ahora —añadió Quirón dirigiéndose a nosotros—, tal vez deberían tomar asiento y explicarnos la historia completa.
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Daughter of Shadows || PJO
Fanfic¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...