Rostros familiares
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Supuse que nos iba a arrojar a la nieve sin contemplaciones, pero entonces Thalia dio un paso al frente. Chasqueó los dedos una sola vez y le salió un sonido agudo y muy alto. A lo mejor fue cosa de mi imaginación, pero incluso sentí una ráfaga de viento que salía de su mano y cruzaba el vestíbulo, haciendo ondear los estandartes de la pared.
—Es que nosotros no somos visitantes, señor —dijo—. Nosotros estudiamos aquí. Acuérdese. Yo soy Thalia, y ellos, Annabeth Mayven y Percy. Cursamos octavo.
Niebla; Thalia está manipulando la niebla. El hombre entornó sus ojos bicolores, parecía indeciso. Miró a su colega.
—Señorita Latiza, ¿conoce usted a estos alumnos?
La mujer pestañeó, como si acabara de despertar de un trance.
—Sí... creo que sí, señor —dijo arrugando el ceño—. Annabeth. Mayven. Thalia. Percy. ¿Cómo es que no están en el gimnasio?
Antes de que pudiésemos responder, oí más pasos y apareció Grover jadeando.
—¡Han venido...! —se detuvo en seco al ver a los profesores—. Ah, señorita Latiza. ¡Doctor Espino! Yo...
— ¿Qué ocurre, señor Underwood? —dijo el profesor. Era evidente que Grover le caía fatal—. ¿Y qué significa eso de que han venido? Estos alumnos viven aquí.
Grover tragó saliva.
—Claro, doctor Espino. Iba a decirles que han venido... de perlas sus consejos para hacer el ponche. ¡La receta es suya!
Espino nos observó atentamente. Daba la impresión de querer despeñarnos desde la torre más alta del castillo, pero la señorita Latiza dijo entonces con aspecto de funámbula:
—Cierto. El ponche es excelente. Y ahora, andando todos. No vuelvan a salir del gimnasio.
Ni cortos, ni perezosos, obedecemos. Nos retiramos con mucho «sí, señora» y «sí, señor» y saludándolos al estilo militar. Nos pareció lo más adecuado allí aunque también creo que exageramos.
Grover nos arrastró hacia el extremo del vestíbulo donde sonaba la música. Notaba los ojos de los profesores clavados en mi espalda.
—Eso que has hecho chasqueando los dedos, ¿dónde lo aprendiste? —escuché a Percy preguntarle a Thalia.
—¿La Niebla? ¿Quirón no se los ha enseñado?
Se me hizo un nudo en la garganta. Quirón era el director de actividades del campamento, pero nunca nos había enseñado nada parecido. ¿Por qué a Thalia sí?
Grover nos condujo deprisa hasta una puerta que tenía tres letras en el vidrio: GIM. Incluso una disléxica como yo podía leerlo.
—¡Por los pelos! —dijo—. ¡Gracias a los dioses han llegado!
Annabeth y Thalia lo abrazaron, Percy le choco los cinco. Y yo solo lo saludé con un movimiento de cabeza. Me alegraba verlo después de tantos meses. Estaba algo más alto y le habían salido unos cuantos pelos más en la barbita, pero, aparte de eso, tenía el aspecto que tiene siempre cuando se hace pasar por humano: una gorra roja sobre el pelo castaño y ensortijado para tapar sus cuernos de cabra, y unos téjanos holgados y unas zapatillas con relleno para disimular sus pezuñas y sus peludos cuartos traseros. Llevaba una camiseta negra que me costó unos instantes leer. Ponía: «Westover Hall - Novato.»
—Bueno, ¿y qué era esa cosa tan urgente? —le preguntó el pelinegro.
Grover respiró hondo.
—He encontrado dos.
—¿Dos mestizos? —dijo Thalia, sorprendida—. ¿Aquí?
Grover asintió.
Encontrar un solo mestizo ya era bastante raro. Aquel año Quirón había obligado a los sátiros a hacer horas extras, mandándolos por todo el país a hacer batidas en las escuelas (desde cuarto curso hasta secundaria) en busca de posibles reclutas. Corrían tiempos difíciles, por no decir desesperados. Estábamos perdiendo campistas y necesitábamos a todos los nuevos guerreros que pudiésemos encontrar. El problema era que tampoco había por ahí tantos semidioses sueltos.
—Dos hermanos: un chico y una chica —aclaró—. De diez y doce años. Desconozco su ascendencia, pero son muy fuertes. Además, se nos acaba el tiempo. Necesito ayuda.
—Hay un monstruo, ¿verdad?
—Sí —dijo Grover, nervioso—. Y creo que ya sospecha algo. Aún no está seguro de que sean mestizos, pero hoy es el último día del trimestre y no los dejará salir del campus sin averiguarlo ¡Quizá sea nuestra última oportunidad! Cada vez que trato de acercarme a ellos, él se pone en medio, cerrándome el paso. ¡Ya no sé qué hacer!
Grover miró a Thalia, ansioso. Oh, acabas de dar un golpe en el orgullo de tu amigo. Aunque viéndolo de otro modo, ella es más veterana que Percy y yo, por ende tiene más experiencia con los monstruoso, es normal que el sátiro recurriera a Thalia.
—Muy bien —dijo ella—. ¿Esos presuntos mestizos están en el baile?
Grover asintió.
—Pues a bailar —dijo Thalia—. ¿Quién es el monstruo?
—Oh —respondió Grover, inquieto, mirando alrededor—. Acaban de conocerlo. Es el subdirector: el doctor Espino.
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El suelo del gimnasio estaba salpicado de globos negros y rojos, y los chicos se los lanzaban a patadas, o trataban de estrangularse unos a otros con las serpentinas que colgaban de las paredes. Las chicas se movían en corrillos, como siempre; llevaban bastante maquillaje, blusas con tirantes finos, pantalones llamativos y zapatos que más bien parecían instrumentos de tortura. De vez en cuando rodeaban a algún pobre infeliz como un banco de pirañas, soltando risitas y chillidos, y cuando por fin lo dejaban en paz, el tipo tenía cintas por todo el pelo y la cara llena de graffitis a base de pintalabios. Algunos de los mayores deambulaban incómodos por los rincones, tratando de ocultarse, como si su integridad corriese peligro.
—Allí están —Grover señaló con la barbilla a dos jóvenes que discutían en las gradas—. Bianca y Nico di Angelo.
La chica llevaba una gorra verde tan holgada que parecía querer taparse la cara. El chico era obviamente su hermano. Ambos tenían el pelo oscuro y sedoso y una tez olivácea, y gesticulaban aparatosamente al hablar. Él barajaba unos cromos; ella parecía regañarlo por algún motivo, pero no paraba de mirar alrededor con inquietud. Siento que esto ya lo he visto antes.
—¿Ellos ya...? O sea, ¿se lo has dicho? —preguntó Annabeth.
Grover negó con la cabeza.
—Ya sabes lo que sucede.
—Correrían más peligro —comenté—. En cuanto sepan quiénes son, el olor y su aura se volverían más fuertes. Atraerán más monstruos.
Los chicos nos miraron. Yo asentí, el buscar a un monstruo es igual que buscar a un semidios, misma técnica; concentrar todos los sentidos en detectar el aura en un radar imaginario, es lo mismo que hacen los monstruos para encontrar a un semidios. Hades me lo explicó.
—Vamos por ellos y saquémoslos de aquí —dijo Percy.
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Daughter of Shadows || PJO
Fanfic¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...