¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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Regalo, escultura y sombras (Parte dos)
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Nuestra anfitriona se puso a cocinar detrás del mostrador. Antes de que nos diéramos cuenta, había traído bandejas de plástico con hamburguesas, batidos de vainilla y papas fritas.
Muy a mi pesar, me moría de hambre, así que ya me había comido una hamburguesa y media ración de papas fritas cuando me acordé de respirar.
Percy se había comido media hamburguesa, Annabeth sorbió su batido. Grover pellizcaba papas y miraba el papel encerado de la bandeja como si le apeteciera comérselo, pero seguía demasiado nervioso.
—¿Qué es ese ruido sibilante? —preguntó.
Yo no oí nada. Annabeth y Percy tampoco. Pero igual volví a sentir la perturbadora sensación, es como si antes –al probar la comida– se hubieran adormecido.
—¿Sibilante? —repitió la tía Eme—. Puede que sea el aceite de la freidora. Tienes buen oído, Grover.
—Tomo vitaminas… para el oído.
—Eso está muy bien —respondió ella—. Pero, por favor, relájate.
La tía Eme no comió nada. No se había descubierto la cabeza ni para cocinar, y ahora estaba sentada con los dedos entrelazados, observándonos comer. Es un poco inquietante tener a alguien mirándote cuando no puedes verle la cara, pero la hamburguesa y las papas me habían saciado y empezaba a sentir cierta somnolencia
—Así que vende gnomos —dijo Percy, intentando sonar interesado.
—Pues sí —contestó la tía Eme—. Y animales. Y personas. Cualquier cosa para el jardín. Hasta a hijastras para ser destruidas o atrapadas —dijo mirándome fijo—. Los hago por encargo. Las estatuas son muy populares, ya sabéis.
—¿Tiene mucho trabajo? —pregunté, incómoda.
—No mucho, no. Desde que construyeron la autopista, casi ningún coche pasa por aquí. Valoro cada cliente que consigo.
