Chapter Three

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Reconocen a un Cíclope (Parte uno)

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Reconocen a un Cíclope (Parte uno)

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El sol se estaba poniendo tras el pabellón del comedor cuando los campistas salieron de sus cabañas y se encaminaron hacia allí. Nosotros, Percy, Tyson (el cíclope), Dafne y yo, los miramos desfilar mientras permanecímos apoyados contra una columna de mármol.

Vimos a Annabeth y sus hermanos de la cabaña de Atenea: una docena de chicos y chicas de pelo rubio y ojos verdes. Annabeth no era la mayor, pero llevaba en el campamento más veranos que nadie, eso podías deducirlo mirando su collar. A la barbie lista se le veía muy afectada por el tema del envenenamiento del árbol.

Luego pasó Clarisse, encabezando el grupo de la cabaña de Ares. Llevaba un brazo en cabestrillo y se le veía un corte muy feo en la mejilla, pero aparte de eso su enfrentamiento con los toros de bronce no parecía haberla intimidado. Alguien le había pegado en la espalda un trozo de papel que ponía: «¡Muuuu!» Pero ninguno de sus compañeros se había molestado en decírselo.

Después del grupo de Ares venían los de la cabaña de Hefesto: seis chavales encabezados por Charles Beckendorf, un enorme afroamericano de quince años que tenía las manos del tamaño de un guante de béisbol y un rostro endurecido, de ojos entornados, sin duda porque se pasaba el día mirando la forja del herrero. Era bastante buen tipo cuando llegabas a conocerlo, pero nadie se había atrevido nunca a llamarle Charlie, Chuck o Charles; la mayoría lo llamaba Beckendorf a secas. Según se decía, era capaz de forjar prácticamente cualquier cosa; le dabas un trozo de metal y él te hacía una afiladísima espada o un robot—guerrero, o un bebedero para pájaros musical para el jardín de tu madre; cualquier cosa que se te ocurriera.

Siguieron desfilando las demás cabañas: Deméter, Apolo, Afrodita, Dioniso. Llegaron también las náyades del lago de las canoas; las ninfas del bosque, que iban surgiendo de los árboles; y una docena de sátiros que venían del prado y que me recordaron dolorosamente a Grover y el terrible presentimiento de que se hallaba en problemas.

Siempre he sentido lástima por los sátiros. Cuando estaban en el campamento tenían que realizar toda clase de tareas para el director, el señor D, pero su trabajo más importante lo hacían fuera, en el mundo real. Eran buscadores; se colaban disimuladamente en los colegios de todo el mundo, en busca de posibles mestizos, y los traían al campamento. Así fue como conocí a Grover; él había sido el primero en reconocer que Percy y yo eramos un par de semidioses. Él es el único sátiro que me cae bien.

Después de los sátiros, cerraba la marcha la cabaña de Hermes, siempre la más numerosa. El verano pasado su líder era Luke, el tipo que había luchado con Thalia y Annabeth en la cima de la colina Mestiza. Yo me había alojado en la cabaña de Hermes durante un tiempo, hasta que Hades me reconoció; y Luke había tratado de ser mi amigo … pero después me atacó y trató de matar a Percy.

Ahora, los líderes de la cabaña de Hermes eran Travis y Connor Stoll. No eran gemelos, pero se parecían como si lo fueran. Nunca recordaba cuál era el mayor. Ambos eran altos y flacos, y ambos lucían una mata de pelo castaño que casi les cubría los ojos; la camiseta naranja del Campamento Mestizo la llevaban por fuera de un short muy holgado, y sus rasgos de elfo eran los típicos de todos los hijos de Hermes: cejas arqueadas, sonrisa sarcástica y un destello muy particular en los ojos, cuando te miraban, como si estuviesen a punto de deslizarte un petardo por la camisa.

Siempre me había parecido divertido que el dios de los ladrones hubiera tenido hijos con el apellido Stoll (se pronuncia igual que stole, pretérito del verbo steal, «robar»), pero no me apetecía decirlo en voz alta.

Cuando hubo desfilado todo el mundo, envié a Dafne a la mesa de la cabaña 11, entré con los demás en el pabellón siendo guiados entre las mesas por el pelinegro. Las conversaciones se apagaron al instante y todas las cabezas se volvían a nuestro paso.

—¿Quién ha invitado a… eso? —murmuró alguien en la mesa de Apolo.

Ya me esperaba esto, es que, bueno.. Tyson es un cíclope.. bebé o algo así.

Desde la mesa principal una voz familiar dijo arrastrando las palabras:

—Vaya, vaya, pero si son Peter Johnson y Marilyn Monroe… lo único que me quedaba por ver en este milenio.

Apreté los dientes y lo mire con irritación.

—Nuestros nombres son Percy Jackson y Mayven Monroe… señor —corrige Percy.

El señor D bebió un sorbo de su Coca Cola Diet.

—Sí, bueno… Lo que sea, como dicen ahora los jóvenes.

Llevaba la camisa hawaiana atigrada de siempre, un short de paseo y unas zapatillas de tenis con calcetines negros. Con su panza rechoncha y su cara enrojecida, parecía el típico turista de Las Vegas que ha ido de casino en casino hasta altas horas de la noche. Detrás de él, un sátiro de mirada nerviosa se afanaba en pelar unas uvas y se las ofrecía de una en una.

El verdadero nombre del señor D es Dioniso. El dios del vino. Zeus lo había nombrado director del Campamento Mestizo para que dejase el alcohol y se desintoxicase durante cien años: un castigo por perseguir a cierta ninfa prohibida del bosque.

Junto a él, en el sitio donde Quirón solía sentarse (o permanecer de pie, cuando adoptaba su forma de
centauro), había alguien que no había visto antes, pero que ya había leído de él: un hombre pálido y espantosamente delgado con un raído mono naranja de presidiario. El número que figuraba sobre su bolsillo era 0001. Bajo los ojos tenía sombras azuladas, las uñas muy sucias y el pelo gris cortado de cualquier manera, como si se lo hubieran arreglado con una máquina de podar. Me miró fijamente; sus ojos desbordaban venganza e irá.

Es el tipo que mató a su descendencia y alimento a los dioses con la carne de sus hijos.

Parecía hecho polvo; enfadado, frustrado y hambriento: todo al mismo tiempo.

—A estos mocosos —le dijo Dioniso—, has de vigilarlos. Es el hijo de Poseidón y la hija de Hades, ya sabes.

—¡Ah! —dijo el presidiario—. Ésos.

Era obvio por su tono que ya habían hablado de nosotros, una información largo, tendida y poco verídica, supongo.

—Yo soy Tántalo —dijo el presidiario con una fría sonrisa—. En misión especial hasta… bueno, hasta que el señor Dioniso decida otra cosa. En cuanto a ustedes, Mayven Monroe y Perseus Jackson, espero que se abstengan de provocar más problemas.

—¿Problemas? —pregunté.

Dioniso chasqueó los dedos y apareció sobre la mesa un periódico, el New York Post. En la portada salían dos fotos; una de Percy, tomada del anuario de la Escuela Meriwether; y una mía dónde salía que estaba desaparecida con una niña de cinco años. Me costaba descifrar los titulares, pero adiviné bastante bien lo que decían. Algo así como: «Un maníaco de trece años incendia un gimnasio.» Y el otro como: «Misteriosa desaparición de dos niñas.»

—Sí, problemas —dijo Tántalo con aire satisfecho—. Causaron un montón el verano pasado, según tengo entendido... Me han dicho por ahí que la criatura del mar suele atraer las molestias y que la criatura del inframundo.. bueno, su padre es el dios de los Muertos e injusticias.

Me sentí demasiado furiosa, aunque no le demostré.

—¿Dios de las injusticias? —dije con una sonrisa ladina—. Claro —hable con sarcasmo—, porque él fue tan injusto con alguien tan inocente como tú.

Daughter of Shadows || PJO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora