Chapter Five

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El sol me examina

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El sol me examina

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Una de las chicas mayores se aproximó con el arco tenso. Era alta y grácil, de piel cobriza. A diferencia de las otras, llevaba una diadema en lo alto de su oscura cabellera, lo cual le daba todo el aspecto de una princesa persa.

—¿Permiso para matar, mi señora?

No supe con quién hablaba, porque ella no quitaba los ojos de la mantícora. El monstruo soltó un gemido.

—¡No es justo! ¡Es una interferencia directa! Va contra las Leyes Antiguas.

—No es cierto —terció otra chica, ésta algo más joven que yo; tendría doce o trece años. Llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Tenía una cara tan hermosa que dejaba sin aliento, pero su expresión era seria y amenazadora—. La caza de todas las bestias salvajes entra en mis competencias. Y tú, repugnante criatura, eres una bestia salvaje. —Miró a la chica de la diadema—. Zoë, permiso concedido.

—Si no puedo llevármelos vivos —refunfuñó la mantícora—, ¡me los llevaré muertos!

Y se lanzó sobre Thalia y sobre Percy, sabiendo que estaban débiles y aturdidos.

—¡No! —chilló Annabeth, y cargó contra el monstruo.

—¡Retrocede, mestiza! —gritó la chica de la diadema—. Apartarte de la línea de fuego.

Ella no hizo caso. Saltó sobre el lomo de la bestia y hundió el cuchillo entre su melena de león. La mantícora aulló y se revolvió en círculos, agitando la cola, mientras Annabeth se sujetaba como si en ello le fuese la vida, como probablemente así era.

—¡Fuego! —ordenó Zoë.

—¡No! —grité.

Pero las cazadoras lanzaron sus flechas. La primera le atravesó el cuello al monstruo. Otra le dio en el pecho. La mantícora dio un paso atrás y se tambaleó aullando. Me apresure en empujar a los Di Angelo lejos. Una de las manos del monstruo sujeto mi pierna entre sus garras, desgarrando la piel del muslo.

—¡Esto no es el fin, cazadoras! ¡Lo pagarán caro!

Y antes de que alguien pudiese reaccionar, el monstruo —con Annabeth todavía en su lomo y conmigo sujetada— saltó por el acantilado y nos hundimos en la oscuridad.

—¡Mayven! — escuché que me llamaron.

—¡Annabeth!

Caímos en picada al fondo. Las uñas enormes del monstruo se encajaban más en mi piel. Duele como el infierno.

Estire la mano para sujetar a Anne y sacarnos del lío con un viaje en sombras. Pero no la alcancé. Antes de llegar a su mano, Espino me había propiciado un golpe fuerte en la cabeza y perdí la conciencia.

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Frío.

Hace demasiado frío.

Me estoy congelando.

¿Por qué tengo la ropa mojada? ¿Y por qué siento que estoy en un bloque de hielo?

Oía el batir de las olas y notaba el olor de su brisa.

Mar

Mar

¡Mar!

¿Por qué estoy cerca al mar?

Mar

Mar

Ma..

¡Percy! ¡Los Di Angelo! ¡La misión!

Abrí los ojos. El cielo, estaba más oscuro, había más frío y estaba más nevado que nunca.

Soltando el aliento frío que retenían mis pulmones, me senté. La anestesia que me brindo la inconsciencia desapareció de golpe, era como si agujas calientes se clavaran una y otra vez en el muslo de la pierna izquierda. Un charco de sangre en proceso de coagulación se formaba debajo de mi pierna, y por ella, corrían hilos de sangre. Con ayuda de nesăbuit corte un trozo grande de mi camiseta e hice un torniquete alrededor de la herida.

Busque a Annabeth con la mirada. No estaba en ninguna parte cerca donde mi vista la pudiera encontrar.

Quise ponerme de pie, pero el dolor es insoportable. Intenté una y otra vez hasta que, en medio de quejidos y lloriqueos, lo logré. Apoyando mi espada en la nieve comencé a caminar cojeando y quejándome internamente por el dolor, y ardor que eso implicaba.

Seguí buscando a mi amiga. Aún no encontraba rastros de ella. Ya me estaba desesperando, cuando una brisa fuerte y un poco más fría, pero reconfortante me empujó en dirección al bosque. Era como si una voz dentro de mi cabeza estuviera diciendo: «Ve».

Desanimada por no hallarla, comencé a caminar sintiéndome culpable con cada paso que daba. Pase lo que parecía haber sido un campamento.

Levanté la vista al cielo que empezó a clarear, las nubes se comenzaban a pintar de rojo, rosado y naranja, el alba se despertaba con su majestuosidad  de colores.

A lo lejos, se veía que en Westover Hall seguían a oscuras. Me preguntaba si los profesores habrían advertido la desaparición de los hermanos Di Angelo.

Seguía andando como renqueo a paso lento.

Hubo un destello repentino en el horizonte y enseguida una gran ráfaga de calor. Me detuve.

«No mires.» Advirtió la misma voz en mi cabeza.

Desvié la vista. La luz y el calor se intensificaron hasta que me dio la sensación de que mi casaca iba a derretirse. Y entonces la luz se apagó.

Nuevamente caminé hasta que llegue.. llamando la atención de todos. Las cazadoras estaban apartadas, Nico y Bianca estaban aún más lejos de los demás, Percy, Thalia y Grover estaban juntos y la chica de pelo rojizo estaba junto al rubio. Y un Maserati Spyder descapotable rojo. Era impresionante la manera en que resplandecía. La nieve se había derretido alrededor del auto en un perfecto círculo.

—Mayven —susurró atónito, Percy.

Alce la mano que llevaba libre y saludé con un gesto antes de tambalear por la pierna herida.

—Oh, cariño —dijo el rubio, con una sonrisa coqueta—. Déjame ayudarte con eso.

Se acercó. Parecía tener diecisiete o dieciocho años y, por un segundo, tuve la incómoda sensación de que era Luke. El mismo pelo rubio rojizo; el mismo aspecto saludable y deportivo. Pero no. Era más alto y no tenía ninguna cicatriz en la cara, como Luke. Su sonrisa resultaba más juguetona, (Luke no hacía más que fruncir el ceño y sonreír con desdén últimamente). Iba con téjanos, mocasines y una camiseta sin mangas.

—Veamos ésto —se arrodilló frente a mí. Casi me atragantó con mi propia salida.

Desató el torniquete. Los hilos de sangre descendieron nuevamente. Comenzó a examinar la herida.

—Profunda, sin ningún veneno o infección y se ve dolorosa —detalló en voz alta—. Estarás como nueva en segundos, cariño.

Daughter of Shadows || PJO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora