Salvados por las cazadoras
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El bosque se abría de repente. Habíamos salido corriendo en cuanto Grover nos dijo el mensaje que Percy le había enviado. Casi llegamos al acantilado donde Espino tenía acorralados a los hermanos y a Percy. Annabeth se colocó su gorra y desapareció corriendo en dirección a los rehenes del monstruo. Debo admitir que la jugada de Annabeth es genial e inteligente.
Ya casi anochecía y había niebla muy cerca del lugar, al menos podré atraer sombras para el combate.
En el momento que Percy fue derribado por una fuerza invisible, hice un viaje en sombras y embestí contra los Di Angelo cuando aparecí a su lado, derribándonos al suelo, lo cual pilló por sorpresa al Espino y lo dejó paralizado durante una fracción de segundo. Lo suficiente para que la primera descarga de proyectiles pasara zumbando por encima de nuestras cabezas. Thalia y Grover avanzaron entonces desde atrás: Thalia empuñaba a Égida, su escudo mágico.
Si nunca has visto a Thalia entrando en combate, no sabes lo que es pasar miedo en serio. Para empezar, tiene una lanza enorme que se expande a partir de ese pulverizador de defensa personal que lleva siempre en el bolsillo. Pero lo que intimida de verdad es su escudo: un escudo trabajado como el que usa su padre Zeus (también llamado Égida), obsequio de Atenea. En su superficie de bronce aparece en relieve la cabeza de Medusa, la Gorgona, y aunque no llegue a petrificarte como la auténtica, resulta tan espantosa que la mayoría se deja ganar por el pánico y echa a correr nada más verla. Hasta Espino hizo una mueca y se puso a gruñir cuando la tuvo delante.
Thalia atacó con su lanza en ristre.
—¡Por Zeus!
Yo creí que Espino se volvería polvo: Thalia le había clavado la lanza en la cabeza. Pero él soltó un rugido y la apartó de un golpe. Su mano se convirtió en una garra naranja con unas uñas enormes que soltaban chispas a cada arañazo que le daba al escudo de Thalia. De no ser por la Égida, mi amiga habría acabado cortada en rodajitas. Gracias a su protección, consiguió rodar hacia atrás y caer de pie. El estrépito de un helicóptero se hizo sonar fuerte a mi espalda, pero no me atrevía a volverme ni un segundo. Nos levantamos.
El doctor le lanzó otra descarga de proyectiles a Thalia. Tenía cola: una cola curtida como la de un escorpión, con una punta erizada de pinchos. La Égida desvió la andanada, pero la fuerza del impacto derribó a Thalia.
Grover se adelantó de un salto. Con sus flautas de junco en los labios, se puso a tocar una tonada frenética que un pirata habría bailado con gusto. Ante la sorpresa general, empezó a surgir hierba entre la nieve y, en unos segundos, las piernas del doctor quedaron enredadas en una maraña de hierbajos gruesos como una soga. Espino soltó un rugido y comenzó a transformarse. Fue aumentando de tamaño hasta adoptar su verdadera forma, con un rostro todavía humano pero el cuerpo de un enorme león. Su cola afilada disparaba espinas mortíferas en todas direcciones.
—¡Una mantícora! —exclamó Annabeth, ya visible. Se le había caído su gorra mágica de los Yankees cuando caímos al suelo.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Bianca di Angelo a mi lado—. ¿Cómo es que ella apareció de la nada?, ¿Por que ella apareció entre oscuridad?, ¿Y qué es esa cosa?
—Una mantícora —respondió Nico, jadeando— ¡Tiene un poder de ataque de tres mil, y cinco tiradas de salvación!
No entendí qué decía, pero tampoco tenía tiempo de preguntárselo. La mantícora había desgarrado las hierbas mágicas de Grover y se volvía ya hacia nosotros con un gruñido.
—¡Al suelo! —gritó Annabeth, derribe a los Di Angelo sobre la nieve, otra vez.
El brillo de bronce llamó mi atención, era el regalo de Tyson a Percy. Justo a tiempo. Las espinas se estrellaron contra el escudo con tal fuerza que incluso lo abollaron.
Oí un porrazo y un gañido. Grover aterrizó a nuestro lado con un ruido sordo.
—¡Rindanse! —rugió el monstruo.
—¡Nunca! —le chilló Thalia desde el otro lado, y se lanzó sobre él.
Por un instante creí que iba a traspasarlo de parte a parte. Pero entonces se oyó un estruendo y a nuestra espalda surgió un gran resplandor. El helicóptero emergió de la niebla y se situó frente al acantilado. Era un aparato militar negro y lustroso, con dispositivos laterales que parecían cohetes guiados por láser. Sin duda tenían que ser mortales quienes lo manejaban, pero ¿qué estaba haciendo allí semejante nave? ¿Cómo era posible que unos mortales colaborasen con aquel monstruo? En todo caso, sus reflectores cegaron a Thalia en el último segundo y la mantícora aprovechó para barrerla de un coletazo. El escudo se le cayó a la nieve y la lanza voló hacia otro lado.
—¡No! —gritó Percy, corrió en su ayuda y logró desviar una espina que le iba directa al pecho, cubriéndose a ambos con el escudo.
Presione el anillo en mi dedo y σκιά apareció, me coloque frente a los Di Angelo. Un instinto protector nació dentro de mi al verlos en peligro, es extraño. Pero igual no me movería del lugar y solo dejaré que mis instintos actúen.
Por un momento el doctor Espino enmudece al ver el hierro Estigio, antes de echarse a reír.
—¿Se dan cuenta de que es inútil? Rendíos, héroes de pacotilla.
Estábamos atrapados entre un monstruo y un helicóptero de combate. No teníamos ninguna posibilidad. Entonces oí un sonido nítido y penetrante: la llamada de un cuerno de caza que sonaba en el bosque.
La mantícora se quedó paralizada. Por un instante nadie movió una ceja. Sólo se oía el rumor de la ventisca y el fragor del helicóptero.
—¡No! —dijo Espino—. No puede...
Se interrumpió de golpe cuando una ráfaga de luz fue en dirección a él. De su hombro brotó en el acto una resplandeciente flecha de plata. Espino retrocedió tambaleante, gimiendo de dolor.
—¡Malditos! —gritó. Y soltó una lluvia de espinas hacia el bosque del que había partido la flecha.
Pero, con la misma velocidad, surgieron de allí infinidad de flechas plateadas. Casi me dio la impresión de que aquellas flechas interceptaban las espinas al vuelo y las partían en dos, aunque probablemente mis ojos me engañaban. Nadie —ni siquiera los chicos de Apolo del campamento— era capaz de disparar con tanta precisión.
La mantícora se arrancó la flecha del hombro con un aullido. Ahora respiraba pesadamente. Percy intentó asestarle un mandoble, pero no estaba tan herida como parecía. Esquivó la espada y le dio un coletazo al escudo que lanzó rodando por la nieve al pelinegro.
Entonces salieron del bosque los arqueros. Eran chicas: una docena, más o menos. La más joven tendría diez años; la mayor, unos catorce, igual que yo. Iban vestidas con parkas plateadas y vaqueros, y cada una tenía un arco en las manos. Avanzaron hacia la mantícora con expresión resuelta.
—¡Las cazadoras! —gritó Annabeth.
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Daughter of Shadows || PJO
Fanfiction¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...