PRÓLOGO

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Beatriz y Héctor observaron a su hijos lanzar palomitas al aire mientras se divertían jugando en el suelo. Se miraron  orgullosos del hogar maravilloso que habían construido juntos y el que sus hijos crecieran más sanos y fuertes cada vez.

-¿Crees que deje de hacer esas cosas algún día?- observaron a Verónica, la mayor, era de las mejores en su universidad y un talento maravilloso para la escritura, que discutía con sus hermanos menores con convicción por un punto del juego.

-No, no lo hará.

-Es terca- Beatriz rió asintiendo.

-Vaya que lo es-siguieron observándolos entre risas y charlas hasta que se hizo más tarde y despidieron a sus hijos. Ainhoa y Alonso fueron los primeros en marcharse a dormir y despedirse mientras subían las escaleras- ¿Y tú, Verónica? Ve a dormir- señaló arriba y la chica rubia hizo una mueca.

-Voy a recogerlo todo antes, no se preocupen- ambos suspiraron y desistieron en hacerla cambiar opinión. Le dieron un beso en la mejilla y se marcharon a su habitación desde donde escuchaban a su hija mayor recoger los juguetes y juegos que su hermano menor dejó tirados en el suelo. Después de unos minutos la escucharon detenerse y subir las escaleras.

-Estoy tan orgullosa de ellos-cerró la puerta y miro a Héctor con una sonrisa.

-Son maravillosos- ambos se asintieron.

Beatriz vio a su marido acostarse y suspiró para luego hacer lo propio. El día fue pesado, largo y movido. Por lo que su cuerpo pedía cama y no tenía ni un poco de energía. Cayeron vencidos por el sueño en poco tiempo, en un profundo sueño que los alejó de una realidad que no iba a estar a su favor.

 -¡Papá, Mamá!- Hector abrió los ojos buscando enfocar con la mirada a su hija quien lo llamaba desde la puerta. Ceniza, humo, fuego.

Se levantó de inmediato e intentó lo mismo con su esposa. Beatriz no dormía, estaba inconsciente ya a causa de la asfixia. Era pasada la media noche y el fuego había invadido gran parte de la casa.

 -Vamos, cariño- cargó entre sus brazos a su mujer y la sacó fuera de la casa, casi al tiempo que su hija mayor hacía lo propio con su hermana. Los vecinos ya empezaban a salir de sus viviendas y hacer llamadas a emergencias tratando de ayudar.  

 -¡Voy por Alonso!- le gritó ésta y con rapidez dejó a su hermana en el suelo. Podría soportar más que su padre. Era más joven y tenía más energía. Energía que se quedó estancada en su tercer paso.

El tiempo se había detenido. Esa sensación de vacío se instaló en el pecho de Héctor y de su joven hija que soltó un grito ahogado al ver la casa estallar en llamas consumiendo todo lo que estuviera dentro suyo.

 -¡No! ¡Alonso!- Intentó correr hacia su, ya deshecha, residencia siendo detenida por su Vecino- ¡Suéltame! ¡Alonso! ¡No, no!- cayó de rodillas al suelo. Su padre se acercó a su lado y con lágrimas en los ojos se aferró a su hija que lloraba desconsolada por la pérdida de Alonso.

Ese que quiso cargar junto con su hermana pero no era tan fuerte.

Ese que estaba inconsciente y que no escuchó sus llamados.

No había podido salvarlo. Alonso había sido atrapado por el fuego.

Su pequeño hermano de 8 años que dormía en la habitación frente a la suya y que ella a pesar de sus esfuerzos no habi podido salvar.

 

DE CAFÉ A TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora