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Con sorpresa, dejo que el león me bese. Su mano se mueve por mi espalda, hasta bajar el cierre de mi vestido y se las ingenia para quitarmelo, incluso con el entramado de sogas.

Cuando estoy desnuda, excepto por mis bragas, se detiene de besarme.

—Te dije que luciría mejor sin ropa— murmura, cerca de mi boca.

La respiración se me entrecorta por la sorpresa y antes de que pueda mirar alrededor, me pone la mano en el mentón.

—¿Qué demonios haces?— le gruño.

—Quiero follarte aquí mismo— murmura—, y no quiero que mires a otro lado que no sea a mí mientras eso pasa, ¿Está claro?— presiona sus dedos ligeramente hasta que asiento y me sorprendo por la facilidad con la que me está sometiendo a su voluntad—. Separa las piernas, Bel.

—No soy tu sumisa— le recuerdo.

—Yo tampoco— señala—, pero dejé que tomaras el control en mi casa.

—Por cinco minutos— mascullo.

—Pero fueron cinco minutos que mi integridad dependía de ti— sonríe—. Si quieres, puedo poner un cronómetro y tomarme el mismo tiempo contigo— pasa su dedo por mi clavícula, arrastrando su mirada por mi piel pálida por la falta de sol—, o podrías dejar que lo haga lento y te haga ver el cielo, muñequita rusa.

Resoplo y él sonríe, aceptando eso como una respuesta afirmativa a su propuesta y separa aún más mis piernas para ponerse entre ellas y observarme. Debo alzar el mentón y, cuando sonríe, levanto mi rodilla y la presiono en sus bolas, sin mucha fuerza.

—No seas descarado, cachorro.

—Si sigues frotando tu pierna en mi polla, acabaré sobre tu rodilla, Adabel— me advierte y luego, junta mis piernas con brusquedad y me alza de la camilla, para echarme sobre su hombro y comenzar a caminar. Estoy tan consternada, que ni siquiera soy capaz de reaccionar, hasta que me deja sobre mis pies y me lleva a una de las cruces de San Andrés, donde se aprovecha de mi desconcierto para poner mis manos dentro de las esposas fijas.

—¿Qué haces?— siseo.

—Asegurarme de que no me patees las bolas— gruñe cerca de mi rostro—. No me gustan ese tipo de torturas, Bel.

Se hinca y asegurar los otros grilletes en mis tobillos, sin quitarme los zapatos de tacón.

—Cuando me sueltes, pisaré tu polla con mis tacones, Travis— le advierto.

—Entonces será mejor que me asegure de que no puedas soltarte— la respiración se me corta cuando pasa sus dedos por mi mejilla y los baja por mi pecho, tirando ligeramente de las sogas del shibari, antes de que los pase por mi abdomen, siguiendo la línea de mi ombligo, hasta la tela de mis bragas.

—No te atrevas— le chillo, cuando le veo las intenciones, pero todo lo que hace es ignorarme, tirar de la tela hasta romperla y guardarlas dentro de su bolsillo—. ¡Travis!

—Prefiero el término señor o amo cuando estamos en una escena, serpiente venenosa— me dice—. Sé respetuosa o usaré tus bragas como mordaza.

Lo observo en silencio y él sonríe. La intensidad en sus ojos oscuros es tan potente, que me siento un poco intimidada y me sorprende sentirme así, porque llevo tiempo sin hacerlo.

—Eres un idiota.

—Quieres tus bragas como mordazas, entonces— arquea una ceja y las sostiene en su mano, frente a mi rostro, de forma burlona. Niego en silencio y él cuestiona—: ¿No?

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora