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La vida te prepara para muchas cosas. Desde niños aprendemos a llegar a la vida adulta conseguir un empleo, establecernos, casarnos, tener hijos.

Te preparas siempre para ello pero nada te sostiene cuando te sales de ese esquema.

Nada en la vida te enseña a lidiar con las interrupciones al orden normal de las cosas.

Nacer, crecer, reproducirse, morir.

Pasan varios días tras la consulta fatídica con el ginecólogo y aunque quiero pretender que ese día solo fue una pesadilla, me afecta demasiado.

Intento mantenerme un poco más distanciada de Travis, porque no puedo depender de él para estar bien. Sin embargo, él me busca y yo intento que todo parezca normal.

Cada vez que me miro al espejo por la mañana, siento que estoy maquillando a un cadáver y la expresión vacía de mis ojos me hace sentir peor. Me maquillo y cubro los rastros de la falta de sueño como si esconder la mugre bajo la alfombra fuera a hacerla desaparecer.

Llegamos al sábado y tengo la excusa perfecta para estar sola cuando Travis busca a Cal en el aeropuerto. Se ha arreglado con Dorian y la noticia es como un mimo al alma, cuando él me escribe.

Me he pasado toda la semana entre estudios médicos, que verifican lo que el ginecólogo me dijo y solo necesito su afirmación el lunes, cuando me diga lo que es mejor.

La situación me tiene muy estresada y angustiada y cuando intenté decírselo al psicólogo, solo me convertí en un grifo de lágrimas que lo obligaron a llevarme de regreso al consultorio.

Si tuviera mis pastillas, las tomaría para dormir pero Travis se las quedó.

Para cuando llega la noche del sábado, estoy histérica. Me pongo zapatillas y le escribo a Travis que me iré a dormir, aunque salgo a caminar y mis ánimos decaen aún más al darme cuenta que no puedo hablar de esto con él. Sin embargo, no sé cómo, termino dando vueltas alrededor de su edificio.

Me detengo en la entrada, pero me voy y comienzo a caminar, sin importar los peligros de la madrugada. En mi mente me convenzo de regresar a casa, pero camino hacia la reserva demorándome más de una hora en llegar. Sin embargo, tampoco entro.

No sé qué me pasa, pero sigo caminando. Esta vez, sí regreso. Las piernas me arden al igual que los pulmones y tengo suerte de que no me suceda nada hasta que estoy en la seguridad de mi edificio.

El agotamiento mental me vence y logro dormirme.

Sin embargo, es inestable.

...

—¡Mira a papá!— Andrei me empuja, haciendo que ría.

—Miren a la cámara— pide nuestra madre—. ¡Andrei no molestes a tu hermana!

—¡Tonto, tonto, tonto!

—Ada, princesa...— el regaño de mi padre llega como una advertencia antes de que se ponga en cuclillas—. Recuerda lo que dije sobre las malas palabras.

—Perdón, papi— sonrío y él me besa la frente antes de acomodarse detrás de mí y poner su mano en mi hombro antes de que mamá haga lo mismo y los cuatro sonriamos para la foto familiar.

—¿Quieren postre?

—¡Sí!

—¡Sí!

Mamá sonríe y me alza. Aunque las niñas de mi edad son más bajas, a ella no parece molestarle.

—¡Mamá!— estiro las vocales y ella se ríe.

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora