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Travis

Los eventos de los últimos días todavía me tienen un poco consternado y no sé bien cómo lidiar con esto esto.

De lo único que estoy seguro es de que la chica que tengo atada a mi cama— una serpiente venenosa— es alguien que ha sufrido demasiado.

Gime contra la tela de sus bragas en protesta cuando le cubro los ojos con otro pedazo de tela, pero sé qué es lo mejor. Ha funcionado antes, lo he visto en Seks. Le relaja más el no ver lo que sucede alrededor, como cuando debes cubrirle la cabeza a los animales para atender sus necesidades veterinarias. Si no ven una amenaza — un estímulo —, ¿Por qué atacarían?

De forma distraída paso mis dedos por su abdomen, con una sensación vertiginosa creciendo en mi estómago mientras recuerdo lo que me contó y por lo que ha pasado hace unos años. Sigo bajando, sin querer que mi tacto le recuerde algo de eso, y paso la yema de mis dedos por sus muslos separados y forzados a permanecer así debido a las cuerdas.

Antes de seguir, me alejo. No planeé nada para esta noche, en realidad, así que solo quiero mantenerlo en una sesión sensorial, que no la abrume mucho, pero sí la distraiga un poco.

He hablado con Owen antes de regresar con ella y me ha dicho que la notó cansada, que ni siquiera se ha quedado despierta para mirar las peleas de UFC. Me preocupa, aunque intente disimularlo un poco, porque tampoco quiero que se sienta presionada. Estar con Adabel es vivir sobre un terreno pantanoso y la mayor parte del tiempo, no sé anticipar su reacción, porque ni ella misma sabe qué demonios quiere o le pasa.

Me mantengo lejos de ella por algunos minutos y la observo, descifrando qué hacer. Cuando se remueve, inquieta al no oir nada, murmuro:

—Sigo aquí, Bel, no me he ido.

Se calma. Su respiración sigue un poco agitada, pero no está asustada, solo nerviosa, del mismo modo que me hace sentir a mí cada vez que toma el control. Si hubiera puesto su mano en mi pecho el día que me azotó, hubiera notado mi pulso disparado.

Enciendo el televisor y conecto la música de mi teléfono, dejando que una melodía baja suene. Le gusta Tchaikovsky, así que lo pongo, dejando que El lago de los cisnes llene la habitación.

Adabel sigue sobre mi cama, atada y expuesta, sin lucir nerviosa. Cada vez, parece más calmada, a pesar de que ni siquiera la estoy tocando y sé que es el efecto de las sogas. En mi cabeza resuenan algunas de las muchas palabras que solía decirme un instructor de shibari que conocí hace muchos años, que solía decir que a algunas personas les calmaba estar restringidos y ella parece ser de ese tipo.

Yo creo que sus pensamientos pesan tanto, que cuando algo más que su propio cuerpo la sostiene, se permite relajarse.

Ni siquiera planeo usar algo más que mis manos, al menos por ahora, así que regreso con ella, solo con el mismo recipiente de aceite que usó conmigo hace unas noches, tras el asunto de mi prima en el hospital.

Unto un poco del producto en mis manos, comenzando a pasarlas por su cuerpo, frotando la piel sensible de sus pechos mientras su esternón se infla cuando toma una respiración profunda y entrecortada. Sigo jugando con mis dedos, mientras la visión de su cuerpo atado, desnudo y excitado repercuten en mi propio cuerpo y me detengo brevemente, necesitando un segundo para poder continuar.

Trazo patrones imaginarios y me centro en su respiración superficial y el modo en que sus dedos se cierra alrededor de la cuerda entre sus manos, mientras se contiene.

Chasqueo y resoplo.

—Eres todo un caso, serpiente— murmuro y uso mis dedos para separar los suyos, dejando una de mis manos entrelazada a la suyas—. Relájate, no te haré nada malo.

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora