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Adabel

Me duele muchísimo la cabeza. Apenas veo la silueta de Greg a través de las lágrimas, aunque intento calmarme.

—Tienes que tranquilizarte —dice —. Ada, tienes que calmarte.

La enfermera que entró hace unos minutos me observa.

—Respire. Está bien.

Lo intento.

—Quiero irme a casa, Greg — murmuro —. Lo siento, pero no puedo seguir aquí — le digo, entre el llanto.

Se rasca la barbilla.

—Hablaré con ellos cuando te den el alta. Nos iremos lo antes posible— promete —. Necesito que alguien en este lugar me diga qué tie...— se calla y se frota el rostro. Yo intento limpiarme las lágrimas —. Lo siento, no... no sé cómo tratar con esto, Adabel. Lamento muchísimo que pasaras por esto.

Llevo una mano a mi rostro, notando el suero intravenoso en mi brazo. Miro mi abdomen y luego, a la enfermera.

—¿Cuándo puedo irme?

Me observa con el ceño fruncido.

El médico tiene que verte, saber cómo va todo... fue un susto muy feo el que tuviste — me responde en alemán.

La observo, con el ceño fruncido.

—¿S–susto?

Ella frunce el ceño esta vez.

Sigues embarazada — murmura —, pero tienes un embarazo de riesgo. Deberás llevarlo con mucha calma los próximos meses.

—¿Q–qué? — atontada y completamente convencida de que lo que ha dicho fue un anhelo y no lo que ha querido decir, pregunto —. ¿No lo perdí? ¿Sigo...? ¿El bebé está bien?

Su expresión severa se desvanece y me mira con una expresión casi triste.

No, no lo has perdido. Tu bebé está bien, pero tendrás que cuidarte mucho.

—Creí que...

—Llegaste con sangre, tuviste un intento de aborto— explica—, pero ahora estás estable. Debimos darte un sedante, tenías un pico de estrés y pánico — añade —, pero el médico te explicará todo a detalle en un rato — dice —. Mantente con calma, tu bebé está bien.

Ella se va y a mí me tiemblan las manos mientras proceso todo. El alivio me recorre y las lágrimas de alivio llenan mis ojos. No puedo controlar el llanto y la nebulosa de pensamientos. Ni siquiera sé cuál es el primero que llega a mí: agradecimiento, incertidumbre... lev.

—Ella no deja de llorar — escucho decir a Greg —. No sé... —entre las lágrimas, logro ver el teléfono de mi jefe —. Es Travis, Adabel — murmura —. Habla con él.

Apenas soy capaz de entender el torrente de palabras que salen de su boca mientras pego el teléfono a mi oreja, con las manos que aún me tiemblan.

Pienso en mi madre, no sé por qué. A veces deseo haberla tenido más tiempo conmigo, si ella me hubiera acompañado, si me hubiera quitado algunos miedos.

—Mne... Mne thuck zhai, lev — mi cerebro confuso hace que le hable en ruso y las voces dispersas detrás de él me confunden aún más. ¿En dónde está?

Quiero pedirle disculpas por cómo se dieron las cosas, por mi inmadurez y el miedo a pasar esto.

Greg me quita el teléfono, intercambiando pocas palabras con él antes de cortar. Todavía abrumada, lo observo.

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora