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Por la noche, ya he traído todas mis cosas a la casa de Travis y nos hemos pasado buena parte del resto del día acomodando todo.

—¿Ya has guardado la ropa?

—Ajá.

—¿Y todas esas cosas raras que parecen popó de animales?

Resoplo.

—Son mascarillas— le respondo. Sonríe, sabiendo que me saca de quicio con cualquier comentario—, son buenas para el rostro.

—Parecen caca de mono, Adabel.

—No parecen... Bueno sí, lo parecen pero las mascarillas harán que no llegue a los treinta y cinco luciendo como tú— le digo, clavando mi dedo en su pecho—, qué descaro hablar mal de mis mascarillas.

—Descarada tú, que me llamas viejo.

Abro la boca, dispuesta a decirle unas cuantas cositas, pero él se aprovecha de mi desconcierto para besarme.

—No me beses cuando estoy enfadada.

—Te besaré el doble si me sigues siseando— advierte.

Entrecierro los ojos y cruzo los brazos.

—Iré a preparar la cena.

—Podemos pedir comida— sugiere.

—No, me gusta cocinar.

—Demonios, creo que te amo— me detengo en seco, lo observo y resoplo. Él se ríe, se me acerca y me acorrala contra la mesada de la cocina—. Ahora tú me dices que me amas, así funcionan las cosas.

FInjo que no estoy afectada por esas dos palabras, que no me dispararon el pulso y que no planeo devolvérselas. Me observo las uñas y hago una mueca.

—Yo también te amo, lev— la sonrisa que aparece en su rostro se me contagia, aunque intento ocultarla—, pero deja de convertirme en una cursi, que no me gusta.

—Claro que te gusta— me provoca—, pero quieres fingir que eres una persona sin emociones— insiste—, estás llena de sentimientos bonitos, Adabel, no va a herirte decir que quieres a las personas.

No estoy muy convencida de sus palabras pero asiento y pongo mis manos en sus hombros antes de besarlo. Él sonríe contra mi boca y lo hacemos por algunos minutos antes de que el timbre suene.

—¿Alguien debía venir?— le pregunto.

Niega.

—No que yo sepa— responde, antes de acercarse al comunicador de la pared—. ¿Quién es?

—¡Estoy ofendido! ¡Ofendido de que no recordaras que veríamos el partido del Bayern juntos!— la voz de Owen llega del otro lado del comunicador y Travis me observa—. ¡Abre la puerta o llamaré a Adabel!

—Estoy aquí, imbécil— digo, lo suficientemente alto como para que me oiga—, acabas de arruinar un momento.

—Arruinaré sus vidas si mi culo no está en ese sofá en dos minutos— se queja—, ¡Me perderé el partido!

Travis pone los ojos en blanco, murmura un lo siento en mi dirección y presiona el botón que lo deja entrar al edificio. Poco después, el alemán está frente a nosotros.

—¡Adabel, Travis!— nos abraza a ambos—. ¿Cómo están mi rusa y mi salvaje favoritos?

—Estábamos mejor sin ti— le digo, con enfado.

Se ríe, sin inmutarse.

—Anda, cascabel, que a ti también te gustan los partidos del Bayern— me dice, antes de pasar su brazo por mis hombros y señalar el sofá—, hasta traje cervezas.

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora