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Actualilzación 2/2

Travis

Adabel no me dice nada y yo intento no sentirme frustrado. No somos niños. Hablar sobre nuestras emociones no debería ser tan complicado.

—Quizás deberíamos regresar— murmura, luego de que yo le diga que está loca y que me gusta—. Si mañana almorzamos con mi hermano, deberíamos ir temprano.

—Claro— conteniendo un resoplido, la sigo al Jeep. Ella se termina el algodón de azúcar y yo le robo otro poco, aunque no me gusta mucho. Lo hago más que nada porque le molesta y es cuando tiene reacciones reales y no se comporta cómo ese robot controlado y mecánico que finge ser todo el tiempo.

Me va a costar muchísimo, pero pienso destrozarlo, sacarle todas esas capas de secretismo que se puso encima porque tuve atisbos de la mujer que está debajo de eso y quiero conocerla más.

—¿Quieres dormir conmigo?— me pregunta.

Me recuerda a un perro que tuve de pequeño. Lo habíamos rescatado y solía tener reacciones extrañas. A veces, cuando quería mimos, ladraba o mordía y cuando te acercabas para acariciarlo, se alejaba. No era de extrañar, porque asociaba la mano humana con golpes y no con caricias. Adabel me recuerda a ese perro, con sus gruñidos, siseos y su búsqueda de cariño. A veces pareciera como si no tuviera idea de cómo pedir que la quieran. Como si tuviera miedo de pedir abrazos o cariño.

—Si quieres... — dejo caer la intención sin nada más y ella me mira.

—Sí. Sí, quiero.

—Podemos pasar antes por mi casa para que consiga ropa— le digo.

Asiente y conduzco, estando ambos en silencio. Ambos parecemos tener la misma idea, porque nuestros dedos se tocan cuando buscamos la perilla del estéreo y la quita rápidamente.

—Lo siento.

—Pon lo que quieras.

Se muerde el labio y busca una emisora donde sólo transmiten música clásica y me sorprende. No es que viera a la rusa como alguien que escucharía algo muy moderno, pero tampoco Chopin.

—Siempre escuchas jazz— me dice.

—Sí, él jazz y la música clásica me gustan.

—A mí también.

—¿En serio? ¿Tienes algún favorito?

—El lago de los cisnes es precioso— me responde—, pero Debussy también me gusta.

—No escuché tanto de él, soy más de Tchaikovsky.

—Él también compuso buena música.

—¿Siempre te gustó la música clásica?— pregunto, sabiendo que tal vez sea terreno pantanoso.

—Si, desde pequeña. Mi madre... era bailarina de ballet. Lo hacía por gusto— explica—, y en casa solíamos escuchar música clásica, siempre— una sonrisa leve cubre sus labios—. Creí que seguiría sus pasos.

—¿Y qué pasó?

—De niña tenía sobrepeso— se demora unos segundos en responder—, no era bueno para el ballet y mi equilibrio es una mierda, además.

—Pero ahora haces yoga.

—Hago yoga hace poco— suspira—, no llevo en ello más de cuatro años.

No pregunto nada más, porque no quiero tentar a mi suerte y que ella vuelva a encerrarse en sí misma.

Nos detenemos en mi edificio y apago el motor.

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora