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Me tomo mi tiempo en la habitación, quitándome el vestido y poniéndome una camiseta que compré para dormir, que me queda gigante. También me pongo otro par de bragas, porque Travis sigue teniendo las mías.

Cuando regreso a la cocina, se ha quitado la corbata, el saco y se ha dejado las mangas de la camisa hasta los codos. Luce relajado y está batiendo en café con ímpetu mientras el agua se calienta sobre el fuego.

—¿No vas a presionarme para hablar?

—No— me observa por encima del hombro y agrega—: Por ahora.

—¿Por ahora?

Asiente, sin añadir nada sobre el tema y luego, señala la colchoneta de yoga enrollada contra la pared.

—¿Cuánto tiempo llevas haciendo yoga?

—Casi cuatro años.

Había comenzado a hacerlo cuando me embaracé y luego lo continué. Hoy en día es de las pocas cosas que me relaja, además del sexo.

—¿Crees que podrías enseñarme algunas posturas, serpiente? — suena más como una provocación que como un pedido, así que entrecierro los ojos y él resopla—. Prometo que no es porque quiera mirarte el culo.

Me río.

—Está bien. Luego del café— lo tomamos con calma, sin decir mucho y solo comentamos algunas cosas antes de que él vuelva a insistir sobre el yoga—. Debemos empezar calentando.

Lo hago elongar, cuando se queda solo en ropa interior, y me sorprende lo gracial que es teniendo en cuenta su tamaño. La mayoría de las personas de esa altura, son más torpes, pero Travis luce como una gacela.

Imita mis movimientos sin problema y un rato después, se pone a la tarea de sacarme de quicio. Primero, me agarra del tobillo y tira de mí hacia él. Golpeo su mano y le gruño.

—Te estás ganando unos azotes.

—Allí tienes mi cinturón.

Sabiendo que él no espera que realmente lo haga, me estiro hasta alcanzar su pantalón y agarro la tira de cuero, tocándola y sonriendo.

—No estás listo para tanta rudeza, nene— me pongo de pie sin ayuda de mis manos y comienzo a caminar hacia mi habitación. El reloj de la mesa de noche marca la una de la mañana y yo camino hacia los cajones del armario, donde tengo algunos juguetes. Elijo dos: un flogger de ocho puntas y uno con una pequeña lengüeta al final del cabo fino y regreso a la sala de estar, donde se supone que debería estar Travis—. ¿Estás jugando al escondite, cachorro?

Suelto un grito cuando un par de brazos me rodean y me hacen caer sobre un cuerpo duro. La carcajada del león hace que quiera golpearlo con toda mi fuerza, pero me contengo.

—¡Deberías haber visto tu cara!— se burla, mientras todavía me tiene sobre él—. Hola, serpiente— murmura con voz seductora y tranquila—. ¿Te soy útil como cama?

Pongo mis manos en su pecho y me impulso para ponerme de pie. Él se queda recostado en el suelo y yo tomo una respiración profunda, todavía con el pulso acelerado por el susto que me dio.

—Debería castigarte y hablo en serio.

—Ajá.

—No vuelvas a asustarme de ese modo, ¿Está claro?

—Clarísimo, serpiente.

—Eres un cachorro descarriado, ¿Te das cuenta? Te falta educación, pero no te preocupes, pienso corregirte—. le sonrío y le enseño el flogger, estirándolo y exponiéndolo ante él, que lo observa con expresión tranquila—. ¿Alguna vez te azotaron, Travis?

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora