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No me voy.

Luego de beberme el té estoy un poco mejor y le digo a Travis que no quiero irme.

—¿Por qué?— me presiona.

—No quiero estar sola— admito—. Sé que no soy la persona más fácil de tratar pero...

No me dejes sola.

Travis acepta. Creo que entiende que no estoy lista para hablar y me deja regresar a su cama, con él.

—¿Puedo abrazarte o me patearás los huevos?

—Te gustan mucho los abrazos, león— digo. A pesar de mi intento de burla, me acerco a él—. Eres como un oso de peluche gigante.

Enrollo uno de sus mechones rubios en mi dedo y me relajo.

—No sé qué es lo que te sucede, pero me gustaría que pudieras confiar en mí para hablarlo.

No le digo nada y él suspira. Bloqueo mi mente y cualquier pensamiento sobre el pasado y logro descansar.

Esta vez, no sueño nada.

Cuando me despierto, estoy sola y no estoy segura de qué hora es, hasta que veo la mesa de noche y noto el reloj, que marca pasado el mediodía.

Travis no está en el cuarto y yo me apresuro a vestirme y encontrar una excusa, pero me detengo en seco cuando atravieso el pasillo y escucho al león hablando con una mujer.

—Y tú tía me ha llamado para decirme que Amaranta ha perdido el trabajo y que Cal tiene un novio muy mayor y...

—Tía Azucena debería dejarlas vivir su vida— responde el hombre—. No se preocupó cuando eran niñas, ¿Por qué lo hace ahora?

—Lo sé, hijo, pero es la madre.

Me detengo en la entrada de la cocina y puedo ver a la mujer. Es un poco más baja que yo, pero sigue siendo un tanto alta para el promedio de las mujeres y tiene el cabello corto, del mismo tono miel que su hijo.

Travis me nota primero y yo no puedo hacer más que lucir avergonzada.

—Mamá... ¿Recuerdas que te dije que una amiga estaba aquí?— la mujer se voltea y me ve. Tiene ojos oscuros—. Ella es Adabel.

—Hola— no sé qué imagen debo dar, recién levantado y saliendo de la cama de su hijo—. Es un gusto. Lamento conocerla en estas circunstancias.

—Hola— su voz es dulce, maternal y cuando extiendo la mano, ella me rodea con sus brazos—. Soy Clavel, es un gusto.

Travis oculta la risa tras una tos y yo lo fulmino.

—Olvidé que era domingo y mi madre y yo almorzamos juntos los domingos, Adabel— me dice.

Mis mejillas se tiñen de rojo. No solo arruiné la noche con mi episodio, sino que ahora arruino su almuerzo.

—Por supuesto— le sonrío—. Deja que busque mis cosas y me...

—Oh, no, claro que no— su madre me observa y veo el mismo gesto obstinado que en el cachorro—. Quédate a almorzar, insisto.

—Ya escuchaste a la mujer, serpiente, ella insiste— Travis me guiña un ojo y no puedo salir de mi estupor mientras él se acerca—. Danos un minuto, mamá. Ada todavía está un poco dormida.

Me saca de la cocina mientras su madre le resta importancia con un gesto y cuando nos quedamos en el pasillo, le digo:

—Eso ha sido vergonzoso, lo siento. Ni siquiera sabía que tu madre iba a estar aquí.

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora