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—Debería decirte que no, solo para que sepas como se siente —murmuro un rato después, cuando ya le dije que sí. Estamos acostados en el colchón, tras cenar algo, aunque no comí mucho. Travis tiene enrollado un mechón de mi cabello en su dedo y se ríe cuando me escucha.

—Sádica —me dice —, no me digas que no, serpiente.

—Debería.

—Tal vez, pero no quieres hacerlo —sonríe —, ¿O me equivoco? — resoplo y él se ríe —. Deja de fingir enfado conmigo, rusa quisquillosa.

—Deja de llamarme de ese modo — pongo un codo sobre el colchón y me acomodo. Ambos estamos recostados de lado, frente a frente y observo sus ojos castaños, donde se dibuja la silueta del fuego de la chimenea y llevo mi mano a su nuca, acercándolo a mí para besarlo.

—Ada... — la advertencia en su voz es clara cuando me muevo para ponerme sobre él.

—¿Qué sucede?

—Tenemos una tregua hasta la mañana, no quieras buscar pelea —sisea —, y tampoco me mires así.

—¿No quieres besarme?

Se sienta y acomoda sus manos en mi cadera. Deja su frente contra la mía y yo cierro los ojos cuando su boca se presiona ligeramente en la punta de mi nariz.

—Quiero hacer mucho más que besarte, pero no podemos.

—Yo creo que podemos si lo hacemos de forma lenta y cautelosa.

—Te gusta mucho tentar al destino, ¿eh? —sonríe —, en eso no voy a ceder, cariño, puedes hacer todas las rabietas que quieras pero no voy a dejarte ganar.

—¿Y si el médico dijera que sí?

—Si el médico dice que sí, estarás desnuda y yo estaré follándote en menos de cinco minutos.

—¿Cinco minutos, eh? Te tomo la palabra, cachorro —le planto un beso rápido, antes de ponerme de pie para buscar mi teléfono y llamar a la ginecóloga. Es temprano allá y tampoco es muy tarde aquí, así que debería responderme.

Disculpe la molestia, pero quiero saber si puedo tener relaciones sexuales de forma cautelosa y para nada alocadas, le escribo.

—Ada...

—Sh, no me interrumpas — le siseo. Se ríe y se pone detrás de mí, besando la piel que expone el abrigo de mi hombro mientras ve la pantalla.

—Adabel...

La respuesta de la mujer llega a los pocos segundos.

Puedes, pero nada de movimientos bruscos, responde, si sientes alguna molestia, detenlo inmediatamente.

Con una sonrisa triunfal, le pongo el teléfono frente al rostro al león.

—Quítate la ropa, tienes que follarme.

Observa el mensaje a detalle y luego, a mí.

—Dice que nada de movimientos bruscos — murmura.

—Ajá — llevo mis manos a su camiseta y la levanto —. Dijiste que estarías follándome en menos de cinco minutos, cachorro y ya ha pasado uno.

Me observa en silencio y sin decir nada y mi cerebro, en vez de pensar en cosas positivas, me lleva a pensar que no quiere hacerlo porque está enfadado, porque ya no le gusto o porque dejé de atraerle.

No debería, pero pienso en eso.

—Despacio —repite —, y para nada brusco.

—Esta vez no podemos romper la cama o el sofá — bromeo, recordando aquel viaje a la playa donde sucedió eso. Todavía parece dudar, dejando mi teléfono en la mesa y se rasca la barbilla antes de poner sus manos en mi cuerpo —. A menos de que no quieras — digo con algo de recelo, sin entender por qué está dando tantas vueltas con esto.

Veneno | SEKS #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora