MIRADAS

511 97 33
                                    



    "Las almas que pueden hablar con los ojos, también se pueden besar con la mirada."


  Esa noche Valentina no había podido pegar ojo. Era cierto que desde hacía casi un mes que llevaba conociendo a la ojimiel no lo hacía muy bien, pero su insomnio era otro esa noche. Estaba mirando al cielo cuando lo sintió, ella odiaba tanto esa lluvia negra que no le parecía justo el castigo de poder saber (o creer que sabía) cuando esta podría amenazar con acercarse.

Por lo general, Hernando y la mayoría de las personas del perímetro para llegar a sus viviendas tenían que pasar por la gran mansión pues esta quedaba justo frente de la entrada principal. Valentina desde el balcón de su habitación podía ver a Hernando siempre que llegaba porque su balcón daba al frente de la casa del hombre. No era una distancia corta, los separaban unos altos muros y unos cuantos metros, pero podía distinguir la figura de Hernando donde quiera.

El caso es que esa noche no lo había visto llegar como la artista le prometió. Estaba segura que pasaba de la media noche y que no quedaría mucho tiempo para que comenzara a caer la maldita lluvia negra, sumándole a eso el toque de queda. Deseaba con todo su corazón que Hernando hubiera decidido quedarse, porque estaba segura que de no ser así la lluvia los agarraría a mitad de camino y la sola imagen de su amigo y la ojimiel siendo alcanzados por esa lluvia la aterrorizó. Tuvo que correr hacia al baño y en el dejó lo poco que había cenado.

  Una de sus terapias pendientes era la de aprender a controlar el miedo que sentía con tan solo pronunciar o imaginar la maldita lluvia negra. Tenía experiencias malas con ella así que era un tema que no tocaba, que nadie en su entorno tocaba, y que cuando llovía de esa manera pasaba días sin poder salir de su habitación. El tiempo que duraba la lluvia para ella era una tortura y en algunas ocasiones optaba por medicarse y dormirse antes de que comenzara a llover para así no tener que sentirla.

Esa noche ella podía haber hecho lo mismo, podía tomar su medicina y despertar en horas cuando todo hubiese acabado, pero no podía, sus pensamientos estaban con Hernando y Juliana, pensar que la lluvia los podría alcanzar le aterrorizaba mucho más que su propio tormento. Nadie merecía morir de esa manera, esa muerte no se la deseaba ni a la peor persona del mundo, bueno... a la peor persona del mundo le deseaba eso y más.

Al regresar del baño, de enjuagarse la boca y la cara, se dio cuenta que la lluvia ya había comenzado a caer. Cerró rápidamente la puerta de su balcón y cerró las cortinas, no podía ni siquiera escuchar el sonido tan maravilloso que deja la lluvia cuando cae, lo hermosa que es cuando no quita vidas, el vaivén de las plantas dejándose empapar por ese vital líquido, la brisa con sabor a agua, sí, todo aquel que sabe sentir y disfrutar ese pequeño placer de la vida puede ser capaz de percibir el increíble sabor de la lluvia, su olor y su sentir... Pero para Valentina todas las lluvias eran iguales mataran o no, no disfrutaba ninguna, todas eran iguales de aterradoras y feas, para ella no había belleza en una tormenta.

Toda la madrugada se la pasó en vela, recordó el principio de todo, del como había tenido que lidiar varias noches con su miedo a la lluvia negra de esa manera. Había sudado frío, había vuelto a vomitar, había sentido ansiedad y sufrió de varios ataques de pánicos de los cuales pudo salir, pero no durmió, no lo hizo y su preocupación tampoco mermó. Ya el sol había salido cuando dejó de llover. Más de una hora le había costado salir de su trance fóbico e ir directamente a casa de Hernando sin darse cuenta de que por primera vez desde que había descubierto el daño que causaba esa lluvia, no se había tenido que pasar días enteros sin poder salir de su habitación.

  Era sábado, él no tenía que trabajar ese día así que si en realidad estaba vivo y había llegado antes o después de la lluvia pues estaría ahí.

HASTA EL FIN DEL MUNDO (Juliantina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora