LA METÁFORA DE UN ORGASMO

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  Después de que Valentina hiciera un bosquejo detallado de la habitación de Juliana, después de contener las lágrimas que estuvo a punto de derramar producto de descubrirse a ella misma en gran parte de ese ático, después de ver algunas fotos de las madres de Juliana y a una Juliana muy pequeña... La ojimiel la convenció para que se recostara un rato en su cama. Valentina se acurrucó en los brazos de Juliana y se dejó llevar por las caricias que esta le daba en su cabello y brazos hasta quedarse profundamente dormida.

  Juliana la observó todo el tiempo, la contempló durante casi cuatro horas sin apartar su vista de ella ni un solo instante. Veló su sueño como una fiel guardiana, como si con mirarla pudiera ser capaz de ahuyentar todos sus tormentos, todos sus demonios, como si ellos no le pudieran hacer daño solo porque ella estaba ahí, mirándola, disfrutándola.

  El breve tiempo en el que la ojiazul descubría su mundo, ese que no había podido ni querido mostrarle a nadie, ella la descubría a ella, o al menos lo intentaba. Juliana dejó que Valentina la mirara a través de su habitación y respondió solo a las pocas preguntas que esta le hizo. No quería hablar de más, no quería darle ninguna información que la ojiazul no pidiera, temía romper la magia, la calma que ambas sentían en ese momento, la comodidad, el placentero silencio en el que se habían sumido desde que se habían adentrado en las profundidades de su ático.

  Valentina comenzó a moverse, lo que le indicó a Juliana que su chica estaba a punto de despertar. Se acomodó cual crítica de arte que se prepara para admirar y disfrutar de una buena exposición. Valentina era una magnífica obra de arte con un valor incalculable y Juliana disfrutaría del maravilloso proceso que estaba segura sería su despertar. La ojimiel por un momento llegó a la conclusión de que si pudiera comprarla lo haría para así darle el valor que merecía y gritarle al mundo que el arte de Valentina no tendría precio porque simplemente nadie podría pagarlo, porque ella no le pondría un precio, ponerle precio a Valentina sería una aberración y una humillación hacia los artistas que la habían creado.

  Ya era de noche, Juliana lo tenía claro, había sido testigo de como la oscuridad se había apoderado de la claridad sin tan siquiera pedirle permiso. Pero cuando la chica a su lado abrió los ojos, se dio cuenta que todo lo que había vivido horas antes había sido un espejismo, una falsa, pues las dos bolas azules iluminaron toda la habitación como si el sol nunca se hubiera escondido realmente, como si el sol se instalara a vivir cada noche en los ojos de Valentina, haciéndole creer a Juliana que frente a ella tenía no solo un sol azul ardiente y radiante, sino dos, dos hermosos soles que en ese momento la estaban iluminando solo a ella, calentado su pecho y derritiendo cualquier rastro de frialdad que pudiera haber sentido alguna vez. Para colmo la dueña de esos dos soles azules le sonrió ampliamente... Y así, cuál planeta perteneciente al sistema solar, Juliana se dejó deslumbrar por esos maravillosos soles que le mostraban el camino correcto, ese que no era otro que girar una y otra vez a su alrededor. Lo haría para siempre si fuera necesario, Valentina sería su sol y ella un simple planeta decidido a admirar su belleza eternamente como había sido desde el inicio de los mundos, desde el inicio de todo, así como el amor que sentía por ella, que podría jurar era mucho más antiguo que toda la puta vía láctea.

Juliana-eres hermosa Valentina—dijo con los ojos cerrados, pero acariciando las sonrojadas mejillas de su no novia. Valentina la imitó apretando sus ojos con fuerza mientras se entregaba por completo a sus caricias sin ningún reparo—soy una chica con suerte—como si lo hubieran planeado, ambas se acomodaron de manera tal que quedaron de lado en la cama una frente a la otra. Juliana no podía evitar tocarla así que continuó acariciando sus brazos y sus mejillas.

Valentina no podía recordar un despertar más dulce, hermoso y placentero que ese que le estaba obsequiando Juliana. Una de las razones por las que no podía recordar algo parecido era porque primero, nunca antes había dormido en los brazos de ninguna otra persona que no fuera su padre, y segundo, había pasado tanto tiempo, tantas lecciones de contención de sensaciones que lo había olvidado, no recordaba lo que era que alguien vigilara su sueño y contemplara su despertar porque había pasado mucho tiempo desde la última vez y, aunque sabía que había experimentado tal sensación, aunque sin poder llegar a ese momento, pudo decirse así misma que la manera en la que Juliana la había mimado, la había cuidado, no tenía comparación, estaba viviendo la experiencia de su vida y sabía que no sería la última vez que sentiría que tendría el mundo a sus pies gracias a esa chica porque esa chica se lo hacía creer con cada detalle, con cada caricia, con cada beso, mirada o palabra dicha, Juliana le ponía no solo el banal mudo a su disposición, sino el suyo propio.

HASTA EL FIN DEL MUNDO (Juliantina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora