Confesiones a Perséfone 03

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En otras palabras, todo esto es solo el trabajo diario de un asesino.

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"Realmente no creo que sea una buena idea", dijo Olga, "¿por qué Jones pidió específicamente que fueras tú el que vaya a entregar el dinero?"

Habían seguido a Herstal hasta el aparcamiento, ya que al parecer el abogado tenía la intención de ir a la comisaría para reunirse con el oficial Hardy y los demás primero, para luego entregar una gran suma de dinero a ese Mark Jones. Lo que sonaba como una estrategia sin futuro y sin norte.

Herstal abrió enérgicamente la puerta de su auto. "Puede ser probablemente porque vino a nuestro despacho hace seis meses para armar un escándalo después de que su hija ingresara en prisión, y fui yo quien intervino para disuadirle en aquel momento: quería apelar, por lo que Davis y yo apartamos esa idea de su cabeza."

"Por lo visto, también te va a culpar de la muerte de su hija, y yo que creía que te había disparado hoy a la hora del almuerzo sin querer. Puede aprovechar esta ocasión para intentar matarte de nuevo, ¿sabes?" señaló Albariño.

"¿Entonces qué se puede hacer al respecto? Todavía tiene un rehén en su poder, quien es la única hija de mi empleado que sigue en cuidados intensivos". Herstal respondió con el ceño fruncido: "¿Qué otra opción tengo?".

Se quedaron en silencio durante dos segundos y, finalmente, Albariño dio un paso atrás como si se comprometiera: "Está bien, está bien, pues acuérdate de decirle a Bart de mi parte que he intentado detenerte".

Aparte de eso, y lo que es más importante: no quería que su material recién escogido fuera fusilado por un secuestrador de mal gusto que pedía rescate, en un abrir y cerrar de ojos. Albariño odiaba realmente tener que cambiar su lista de tareas una y otra vez. El accidente que tuvo con el pianista de Westland al momento de escoger una víctima fue suficiente para él.

Herstal lo miró fijamente, el hombre cuyos iris azules siempre le habían hecho parecer de rostro mezquino por ser de color tan claro, ahora eran de un suave marrón verdoso a la luz de las tenues farolas. Hizo una pausa, aparentemente significativa, y luego le dijo a Albariño: "¿De verdad crees que no siento nada en absoluto?".

"Por supuesto. No sientes nada en absoluto por lo que estás haciendo, ¿verdad?". Al final volvieron casi al mismo tema.

El Sr. Albariño Bacchus, el asesino psicópata, se mostró impasible, e incluso estuvo un poco tentado de aplaudir la soberbia actuación del hombre que tenía en frente. Lo que no supo es si Olga también se comería la farsa del otro hombre, pero ese es otro tema.

Olga y él se situaron en el borde del aparcamiento y observaron cómo el hombre se alejaba en dirección al Departamento de Policía de la ciudad de Westland. Al llegar, este hombre elaboraría entonces un plan con el oficial Hardy que por el momento no se sabía si iba a funcionar o no, y que probablemente le llevaría a un final en el que recibiría un disparo en la cabeza.

Mientras escuchaban el sonido del coche en movimiento y finalmente se mezclaba con el río de luces rojas y blancas que bordeaban la calle, Olga tosió y preguntó: "... Entonces, ¿regresamos a tomar otra copa?".

"Olvídalo", sonrió Albariño con amargura, "son casi las nueve y yo también tengo que volver. Tengo un turno de madrugada".

Olga lo examinó con dureza, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado, con aquellos suaves mechones negros fluyendo como un rico y denso río alrededor de su cuello y hombros. Preguntó bruscamente: "Al, ¿eres muy sincero en tu deseo de follarlo?".

"¿Cómo diablos puedes juntar las palabras 'sincero' y 'follarlo'?" Albariño levantó las cejas en señal de exagerada condena.

"Porque supongo que no tienes intención de desarrollar una relación romántica íntima con nadie, así que todavía hay una diferencia de grado entre que estés ligando de verdad con él o que estés divagando". Olga se encogió de hombros: "Si estás tan preocupado sólo tienes que ir a la comisaría con él, no es como que si Bart vaya a echarte".

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora