Leda y el Cisne 03

161 33 8
                                    

Eso sólo hablaba de que habían llegado hasta aquí gracias al permiso de Albariño.

-------------

Esto es cierto sin importar quién sea: sufrir incisiones duele demasiado.

Cada uno de los cortes siguientes era muy profundo, al menos en comparación, era mucho más profundo que los delgados cortes que no tenían más de medio centímetro de profundidad en el mejor de los casos. Aunque los movimientos de Herstal seguían siendo cautelosos y comedidos -todavía no profundizaban en la cavidad abdominal, pero definitivamente herían los músculos, y uno se preguntaba si esto era una extraña misericordia: de lo contrario, quienquiera que fuera su presa habría estado muerto antes de que todo terminara- Albariño todavía sentía la sangre caliente que brotaba en un torrente con cada movimiento.

Emitió unos sonidos guturales apagados, intercalados con gemidos y maldiciones intermitentes: no era realmente una negativa, sino la expresión más instintiva e inmediata de dolor. Herstal todavía estaba enterrado en lo profundo de su cuerpo y el dolor de ello era tenue y lento comparado con el de las otras heridas; la lubricación ya se había secado por lo que estaba bastante seguro de que su agujero debía haberse rasgado, y ahora todo lo que goteaba por su pierna era sangre.

El cuchillo de Herstal estaba frío contra su estómago, su polla seguía empujando violentamente, los dedos de su otra mano se cerraban sobre su pierna, y las yemas de sus dedos presionaban poderosamente sus muslos. Uno de los empujes hizo que Herstal se excitara en demasía, y Albariño lo pudo sentir por los fuertes jadeos que expandían su pecho. Albariño miró al otro hombre a través de sus pestañas cubiertas de lágrimas o sudor (y posiblemente sangre) mientras el pianista de Westland lo observaba como un ávido cazador.

"Trece". Reportó el número de marcas de cuchillo al otro hombre con una pizca de risa ronca en su voz, "... Un número bastante auspicioso, probablemente puedo adivinar exactamente qué palabra has tallado en mí. Ni siquiera sé si debería felicitarte por tu falta de gusto".

Herstal acercó lentamente su mano a la abrasadora herida del abdomen del otro hombre, la sangre brotó bajo su palma mientras esparcía lentamente esa sangre, oyendo al otro hombre soltar un jadeo.

Cuando los ojos de Albariño se posaron en él, revolotearon en algún lugar de su cara como un pájaro asustado. Una de sus piernas seguía rodeando floja y débilmente la cintura de Herstal, y su polla colgaba laxa a un lado, lo que parecía casi como una especie de humillación para el médico forense siendo que su oponente todavía estaba enterrado profundamente en su cuerpo.

--Sin embargo ambos sabían que no era así.

Herstal eligió este momento para volver a tirar el cuchillo al suelo y doblar el cuerpo del otro hombre de forma brutal -sentía como si estuviera escurriendo un trozo de tela o en otras palabras exprimiendo la sangre del cuerpo del hombre a través de la herida- y se clavó con fuerza en el cuerpo de Albariño.

Albariño soltó un grito bajo, y sus manos, atadas sólidamente por encima de la cabeza, se retorcieron suavemente. Herstal se acercó con una mano ensangrentada y le presionó las muñecas, de modo que pudo sentir cómo esos dedos se retorcían indefensos bajo su presión, con las uñas raspando desordenadamente sus propias palmas.

Herstal incluso se distrajo pensando en lo que pasaría si deshacía las cuerdas del piano: si los dedos de Albariño arañarían débilmente el suelo o si se clavarían profundamente en su hombro.

Podía sentir lo que parecía un fuego ardiente entre su columna vertebral, como las emociones que sentía cada vez que mataba a alguien, o más intensamente: más cerca del hambre, más cerca del propio pecado. Albariño seguía luchando como podía, manchando de sangre el suelo a su alrededor, haciendo que la escena pareciera aún más impactante a la vista.

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora