Lotófagos 05

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Nuevamente llegué un paso demasiado tarde.

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Albariño yacía en la no muy mullida cama, mirando el reloj de la pared opuesta.

Había pasado casi una hora desde que Herstal se había marchado, y en ese tiempo Albariño había comprobado algunos puntos: en primer lugar, que el médico que no tenía licencia para ejercer la profesión, no debía estar, en efecto, en la casa, y de todos modos no había ni un solo movimiento dentro del edificio; en segundo lugar, que no podía hacer nada al respecto con el cordón que estaba atado en sus muñecas, ya que no parecía haber ninguna forma factible de romperlo o cortarlo; y en tercer lugar, que aunque no sabía dónde se encontraba encerrado ahora, o la casa estaba bien insonorizada, o no había nadie que viviera a los alrededores pero cualquiera que fuera la situación estaba claro que, aunque gritara, nadie vendría a rescatarlo.

Albariño rechinó los molares en silencio: eran casi las cinco y media y, por lo que sabía, Herstal no era un procrastinador.

"... Supongo que en unos meses como máximo, podrás salir de esto. Tienes más de una opción, y tus preferencias pueden cambiar."

¿Es eso así?

Frunciendo el ceño, Albariño apoyó el pulgar izquierdo en la fría barandilla de metal, buscó a tientas un ángulo adecuado para aplicar presión y luego bajó la palma de la mano de golpe, sólo para oír un crujido cuando la articulación del pulgar se dislocó. Con una lenta inhalación y un ligero aleteo de sus pestañas, Albariño sacó su mano izquierda lenta y pausadamente del arnés de nylon.

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Orion Hunter estaba de pie frente a la comisaría de White Oak, con un cigarrillo sin encender en la boca, y mordiendo la punta del filtro hasta torcerlo. Finalmente, vio llegar al policía que se había demorado en salir de su turno, quien inmediatamente le entregó los papeles que quería y luego le frunció el ceño innecesariamente.

Hunter tuvo que deslizar unos cuantos billetes más en la mano del otro hombre antes de que el asunto quedara zanjado. Apoyado en la pared, Hunter abrió la primera página del caso sin resolver de hace treinta años que había conseguido.

Y su rostro se hundió al comenzar a leer.

Había pensado muchas veces en el caso que vería en este expediente, pero nunca había esperado los detalles: la policía había encontrado a un sacerdote asistente y a un feligrés de San Antonio ahorcados en la cúpula central de la iglesia, justo delante de la cruz. Habían sido colgados con cuerdas de piano, que previamente se encontraron guardados en una caseta al borde del patio, junto con otras herramientas de reparación, para reparar el piano de la iglesia.

El sospechoso más probable era un sacerdote que había desaparecido cuando la policía encontró los cuerpos, y como él no se había llevado nada personal de su dormitorio original, por supuesto, la policía sospechó que se había fugado. De todas formas, el caso era tan antiguo que las cámaras de vigilancia y el Internet no estaban muy desarrolladas en aquella época, y sólo se adjuntó al expediente una copia de la única fotografía del sospechoso.

—Treinta años más joven, el rostro de Slade era casi irreconocible si se comparaba con la de ahora, pero Hunter seguía viendo algo familiar en aquellos ojos repugnantes de la fotografía.

Exaltado, pasó a la página siguiente, notando que la forma en que el asesino desconocido ató los extremos de las cuerdas del piano le resultaba muy familiar. Era un nudo de pescador. Había visto fotos similares de cuerdas de piano anudadas en bastantes documentos de psicólogos criminales que habían estudiado al Pianista de Westland.

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora