Crisálida 06

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El matadero.

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La noche del 22 de diciembre, cerca del día de Navidad, Bart Hardy bajaba a toda velocidad en su coche por la carretera poco transitada, con el frío viento golpeando las ventanas produciendo una especie de silbido. Había empezado a nevar de nuevo, el viento arremolinaba grandes copos contra el automóvil, los cristales hexagonales brillaban a la luz de las farolas, y los bosques a ambos lados de la carretera se sumían en una negrura que observaba la escena como gigantes silenciosos.

Alexander seguía hablando por teléfono, mientras probablemente más policías se apresuraban a la dirección de los hechos, pero Hardy ya no podía oír exactamente lo que decía, el sonido era como un extraño ritmo que pasaba flotando por sus oídos, haciendo que todo pareciera bastante surrealista.

Ya casi estaba llegando. Las comisuras de los labios de Hardy se tensaron, y para cuando el coche dobló la esquina, pudo ver incluso los altos muros grises de la Prisión Federal de New Tackle entre los árboles.

Ya casi está aquí, el momento en que termina el juego-

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"Pongámoslo de este modo", Herstal Amalette miró a Jerome, su voz todavía era muy plana como si hablara ociosamente, y en un tono que probablemente irritaría aún más al otro hombre, "¿estás cansado de enviar a delincuentes a meterse conmigo al aire libre y en las comidas, o instigar a los guardias de la prisión que aceptan sobornos tuyos para molestarme?".

Jerome, el jefe de la mafia latina de la prisión, alto y de mirada feroz, entrecerró lentamente los ojos. Una mirada que habría hecho temblar a la mayoría de los reclusos que no pertenecían a las pandillas al verla, pues a menudo significaba algo terrible que aún no había ocurrido pero que acabaría ocurriendo, y no saber cuándo caería la guillotina era siempre una de las cosas más aterradoras de todas.

Así que todos los que paseaban aburridos por el pasillo se quedaron en silencio de repente, la gente que había estado merodeando por el pasillo se detuvo, las personas que estaban jugando a las cartas o charlando en voz alta también se detuvieron, y un par de ojos miraron sin pestañear en su dirección desde la celda con la puerta enrejada entreabierta.

Todo el pasillo se vació rápidamente en las decenas de segundos que le siguieron, y los que estaban a su alrededor volvieron a sus celdas cercanas tan rápido como pudieron. Todos se dieron cuenta de que algo iba a pasar, por lo que tácitamente despejaron sus alrededores, dejando un campo de batalla para las pocas personas que aún estaban de pie en el corredor.

O el matadero.

No había diferencia entre ambos.

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Albariño Bacchus hizo una pausa en su lento movimiento para ordenar la información que tenía entre sus manos.

Se detuvo como si fuera una estatua y escuchó atentamente. No había otra criatura viviente en la habitación excepto él, solo el viento frío afuera de la ventana hacía rodar copos de nieve y golpeaba fuertemente el vidrio. La razón por la que Albariño permaneció tanto tiempo en la enfermería en esta ocasión fue para limpiar posibles huellas dactilares, cabellos, fluidos, o lo que fuera, ya que sería la última vez.

Todavía estaba usando guantes de látex, y se encontraba a punto de guardar las últimas cosas en su mochila. Luego inclinó la cabeza, como si tuviera la intención de escuchar algo, aunque la habitación estaba tan insonorizada que en teoría no podría oír nada.

Bien pudo haber sido algún tipo de sexto sentido muy agudo, una intuición bestial, o la previsión del futuro de un monstruo en una fracción de segundo, pero fuera lo que fuera, Albariño volvió ligeramente la cabeza, con los ojos puestos en la puerta de la enfermería: estaba bien cerrada, y atrancada tras él, pero un resplandor de luz procedente del pasillo exterior seguía entrando por el suelo de la puerta, y entre el resplandor se veían sombras negras... las de alguien caminando fuera.

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora