Vino y armas

Confesiones a Perséfone 01

Solo cuando te conozca correctamente entenderé con plenitud dónde debería ponerte en mi vida.

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Para los abogados de A&H Law Firm, uno de los socios del bufete, Herstal Amalette, es una figura legendaria.

No cabe duda de que se le considera guapo y prometedor, aunque su moral es cuestionable. - para cualquiera que vaya a su bufete sabiendo que es un abogado de mafiosos, discutir su moral es inherente. No tiene sentido- En cualquier caso, de todas las personas que hubieran presenciado un espantoso asesinato un domingo por la mañana, el Sr. Amalette debe haber sido la única persona más preparada mentalmente para ir a trabajar el lunes temprano con tranquilidad.

Fue justo un día después del asesinato del jardinero dominical cuando más se habló del caso, y durante la pausa del almuerzo en el bufete A&H, de pie frente a las ventanas del piso al techo del despacho de Herstal, se podía ver a una multitud de periodistas agazapados frente a la puerta, intentando detener a todo aquel que salía del despacho.

Fue en ese momento cuando llamaron a la puerta de forma vacilante.

Era la secretaria de Herstal, Emma, ​​​​quien entró por la puerta. La guapa chica rubia que se sentaba en el cubículo justo delante de la puerta del despacho de Herstal, bloqueando las llamadas de todos los periodistas que intentaban conseguir una entrevista con él, parecía cansada. Evidentemente, sin querer se había despintado un poco de lápiz labial al comer su insípido almuerzo la cual era un sándwich durante el descanso, y aún no había tenido el tiempo suficiente para volver a retocárselo.

"Señor Amalette", dijo con el ceño fruncido, "La recepción ha llamado para decir que hay un hombre abajo que lo busca".

"No es un periodista que se ha encubierto, ¿verdad?" preguntó Herstal con el ceño fruncido.

Emma negó con la cabeza: "No, dijo que era del Departamento de Medicina Forense, su nombre es Albariño Bacchus".

Ante este tipo de situación, incluso Herstal se quedó atónito por un segundo, debido a que no podía entender por qué el siempre sonriente médico forense acudía a él. Su sonrisa siempre le hacía sentirse incómodo. Aunque parecía lo suficientemente cálida; estaba bastante seguro de que, bajo ese barniz de dulzura casi maternal, se escondía la sonrisa de un lobo.

Pero no tenía otra opción; sabía que no debía dejar plantado afuera de la puerta al Jefe del Departamento de Medicina Forense, un hombre con el que tendría que lidiar más tarde cuando fuera al juzgado. Así que sólo pudo decir con cansancio: "Déjalo entrar".

Unos minutos después, entró Albariño. No parecía el tipo de persona que le gustara usar trajes, por lo que predeciblemente llegó con una chaqueta informal y unos vaqueros, tan fuera de lugar en este bonito edificio de oficinas, lleno de abogados con traje. - Ya sabes, la corbata de cualquiera podría ser más caro que su traje completo.-

Pero eso no importaba en absoluto; con sus hermosos rizos castaños y sus suaves ojos verde menta, era el tipo de hombre que podía seducir a una mujer encantadora como Emma con una sonrisa.

Pero como el propio Herstal no cayó en este juego, miró con frialdad a este hombre que llevaba un bolso de mano y deambulaba como si no tuviera trabajo que hacer en la oficina de medicina forense de Westland. Antes de que el otro hombre pudiera hablar, le arrebató la pregunta: "¿El oficial Hardy necesita tomarme otra declaración?".

"La razón por la que vine es la misma por la que los reporteros estuvieron afuera de la puerta toda la mañana." Albariño ladeó la cabeza y miró a Herstal como si fuera un ave acuática curiosa.