La rosa secreta 01

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En una escala del uno al diez, ¿cuántas ganas tienes de morir ahora mismo?

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La señorita Rose Nair de veintiocho años, recepcionista del departamento de policía de Westland, encontró este paquete la mañana del 5 de junio.

Era el día menos ajetreado que había tenido en casi un mes desde la captura de Herstal Amalette. Hoy ya no había tenido que disuadir a los reporteros que se colaban en la comisaría -había tenido que disuadir a casi un centenar de esos reporteros cada día desde que el Westland Daily News había publicado aquel explosivo reportaje en el que se enumeraban de principio a fin las muchas razones por las que Amalette podría ser la pianista de Westland- ya que, al ser hoy el día de la audiencia previa al juicio, todos se habían ido a las cercanías del juzgado para conseguir la premisa.

Estaba charlando con Alexander, uno de los agentes bajo el mando del oficial Hardy, cuando ocurrió. El hombre le estaba susurrando sobre el semblante cada vez más demacrado y el temperamento cada vez peor del oficial Bart Hardy. Para ser honestos, Rose comprendía muy bien que si de repente se descubre que uno de los amigos de una persona es un asesino en serie y que otro amigo ha sido asesino por este, la mayoría de la gente no podría haberlo hecho mejor que el oficial Hardy.

Mientras hablaba con Alexander, clasificó los correos electrónicos enviados ese día: la mayor parte de los asuntos oficiales enviados a los distintos departamentos se ordenaron y guardaron, a la espera de ser recogidos por los diferentes departamentos. Luego, recogió uno de los paquetes marcados para ella, pero el nombre del remitente no figuraba en la nota del servicio de mensajería.

Si Rose Nair hubiera sido una experimentada agente de policía, podría haber sospechado en ese instante que el paquete de origen desconocido quizás contenía bacterias con un virus mortal o un explosivo con una cuenta recesiva a punto de llegar a cero, pero, por desgracia, no tenía ni esa larga experiencia laboral ni esa clase de teatralidad exagerada.

Así que, mientras escuchaba a Alexander hablar, abrió el pequeño paquete.

—Y entonces un olor a sangre la golpeó de lleno.

El material utilizado para la absorción de impactos en el paquete no era el habitual espuma de plástico; esta caja estaba rellena de granos de trigo secados al aire, y entre ellos yacía media manzana partida, en donde la sección transversal probablemente había sido untada discretamente con zumo de limón para que no se oxidara en absoluto. Cuando la fruta estaba todavía intacta, podría haber sido una manzana muy atractiva, su piel era de un rojo uniforme y brillante, lo suficientemente roja como para ser un accesorio en una producción de 'Blancanieves', pero ahora la manzana tenía un agujero abierto en su centro.

Y en el centro del agujero había un globo ocular inyectado en sangre; un globo ocular humano fresco.

La señorita Rose Nair se paró impasible frente al paquete ensangrentado durante diez segundos más o menos antes de que un grito inhumano escapara de su garganta.

Lejana, muy secreta, inviolada Rosa,

estréchame en mi hora de las horas.[1]

Domingo, 4 de junio.

Derek Kermit, un acérrimo partidario republicano que se gana la vida administrando una tienda de conveniencia en una pequeña ciudad y su casa está cubierta de carteles de Donald Trump, corría por un sendero boscoso tropezándose de vez en cuando. Nunca se había arrepentido de vivir en las afueras de la ciudad tanto como lo hizo hoy. Después de todo, Westland se ve afectada por la abundante humedad de Great Lakes, y los alrededores de la ciudad están llenos de grandes bosques.

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