Baila, baila, mi muñeca 04

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Pero tú eres digno de todo mi trabajo duro, pianista

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El miércoles por la noche, caían del cielo finos copos de nieve; diminutos cristales de hielo que, en general, brillaban bajo la blanca luz del sol que se filtraba entre las nubes. Herstal y Albariño estaban sentados en el interior de un coche alquilado, Dios sabe dónde había encontrado el abogado el tipo de tienda donde se podía alquilar un coche sin registrar la licencia, pero después de todo, esto era Westland y no era ninguna sorpresa encontrar gente haciendo cualquier tipo de negocios con tal de sobrevivir aquí.

Llevaban un rato aparcados en el callejón sin salida de la avenida, una fina capa de copos de nieve se acumulaba en el parabrisas del coche, distorsionando la vista fuera de la ventana en extrañas formas. Era un modelo todoterreno muy antiguo, y el sistema de calefacción no funcionaba muy bien, así que para evitar que se empañaran los cristales, Herstal se había limitado a dejar apagado el aire acondicionado; el coche sólo había estado estacionado por un rato antes de que Albariño empezara a sentir que se le congelaban los dedos.

"Esto es aburrido". Refunfuñó con pereza.

"Ya que me invitaste a 'cantar esa canción juntos', significa más o menos que aceptaste a seguir mi ritmo según lo que me pareciera apropiado, a menos que te haya malinterpretado en primer lugar". Herstal le respondió con voz severa.

"Por lo visto tu ritmo es tan lento que también incluye la parte de morir poco a poco congelados en un coche averiado", murmuró Albariño, "No esperaba eso al principio".

Herstal lo examinó, como para asegurarse de que realmente iba a morir congelado. Luego, condescendió a responder: "Eso es porque ese Anthony Sharp vive en uno de los peores barrios vigilados de todo Westland después de haber perdido su trabajo, y supongo que no quieres provocar que los vecinos con escopetas de doble cañón nos disparen porque hiciste demasiado ruido en un tugurio mal insonorizado como en el que vive ese tipo. Así que sí: tendrás que quedarte aquí hasta que concluya cuándo y dónde es la mejor opción para matarlo, y espero que no seas tan vulnerable como para morir congelado hasta entonces".

"Si hubieras elegido matar a Leonhard Schieber, no habrías acabado teniendo que espiar a tu objetivo en un barrio como éste". Albariño respondió con una mueca.

"Ese periodista no cumplía con mis estándares, además tú mismo podrías ir a matar a Schieber si no hubieras insistido en ver cómo yo hago mi trabajo". La burla en la voz de Herstal se desbordó.

Aparentemente: el pianista de Westland mataba como un gato que juega lentamente con su presa; tenía que llevar a su víctima a un lugar lo suficientemente seguro como para torturarla y diseccionarla lentamente, lo que significaba que tenía que llevarse a su víctima viva, y eso implicaba un forcejeo sin infligir heridas mortales a la otra persona.

Por lo tanto, el pianista tenía que elegir cuidadosamente su entorno a la hora de cometer su delito, o al menos asegurarse de que aunque hiciera un gran ruido no sería detectado. Todavía estaba en la fase de acecho y sólo decidiría cómo proceder cuando hubiera establecido los movimientos diarios de su objetivo.

El jardinero dominical, por otro lado, era diferente, el jardinero mataba como si se fuera de compras. La razón por la que quería asesinar a esas personas era simple: necesitaba sus cuerpos, entonces todo el proceso era rápido y limpio, cortando sus gargantas con un cuchillo. A veces incluso detenía a sus víctimas en un callejón desocupado y las atacaba, matándolas inmediatamente; otras veces había otros peatones que pasaban a unas decenas de metros, y él se escondía en las sombras con los cuerpos chorreando sangre a sus pies, para no ser visto nunca.

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