Extra 5: Liebestraum

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"- Es un milagro de Navidad".

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Albariño oyó ciertos ruidos al despertarse.

Aún no había amanecido del todo, la nieve había cesado, y el exterior estaba todo despejado de un blanco puro, sin ningún sonido humano. El cielo de la madrugada era de un vago azul aguamarina, y la lechosa luz del cielo se había zambullido en el interior y subía lentamente hasta el suelo mientras una fina capa de escarcha estaba congelada en los cristales de las ventanas.

Durante los dos primeros segundos, aún no del todo despierto, Albariño llevó la mano al costado y palpó a su alrededor; el lugar donde Herstal solía acostarse estaba vacío, e incluso las sábanas ya no estaban calientes. Una rareza, Herstal no solía levantarse antes que él: después de todo, el otro hombre era el que tenía el reloj biológico estropeado, el que no podía levantarse de la cama por las mañanas, y el que tenía una cantidad horrorosa de ira si lo despertaban temprano.

Los dos segundos de confusión fueron somnolientos y confortables, pero un poco más tarde las sensaciones más reales golpearon a Albariño: principalmente el dolor de su pecho, y aunque la marca había sido envuelta en gasa después de aplicarle pomada, el dolor de la quemadura no había disminuido mucho.

Lo segundo era el dolor en varias partes de su cuerpo... cada vez que tenía relaciones sexuales Albariño sentía como si allí abajo le hubieran dado una paliza, casi hasta el punto que se consideraría como si hubiera sufrido de violencia doméstica o una violación por la otra persona. Al fin y al cabo, Herstal disfrutaba mucho estrangulándolo en la cama, dándole cachetadas en el rostro y admirando la cara de su esposo mientras se encogía de dolor. Albariño juró por Dios que la noche anterior Herstal debió de sentir la tentación de meter el dedo en su herida del pecho, y la única razón por la que el otro hombre no lo había hecho era porque no quería estropear la línea de las letras.

Pero la quemadura había tenido sus consecuencias: Albariño estaba bastante seguro de haber tenido un poco de fiebre baja a mitad de la noche, y aún podía recordar vagamente el tacto que los dedos del otro hombre habían dejado en su piel en algún momento de la madrugada, cuando Herstal había alargado la mano para tocarle la frente.

Ahora, Albariño se incorporó cuidadosamente de la cama, cada centímetro de sus músculos crujiendo como piezas oxidadas que no habían sido engrasadas en veinte años. En el pecho y el estómago tenía una gran marca de mordisco de aspecto miserable -lo llamó "marca de mordisco" porque nadie con un mínimo de juicio la consideraría un "chupetón"- que iban desde las costillas hasta la ingle, y eran de un color morado oscuro y amoratado, algunas de las cuales habían roto la piel y estaban cubiertas de una costra de sangre coagulada.

Herstal era así. Cuando se despojaba de aquella fachada civilizada, Albariño sospechaba que en realidad quería desgarrar y devorar con los dientes alguna parte de su cuerpo. La noche anterior, los dientes de Herstal se habían apretado tanto contra su cuello que sus labios habían tocado aquellas venas que palpitaban con los latidos de su corazón, y casi podía oír el traqueteo silbante del largo río de sangre que pasaba furioso.

Fue entonces cuando Albariño preguntó en voz baja: "¿Quieres arrancarme la garganta?".

Herstal no respondió a esa pregunta, se limitó a morder con los dientes el cuello y la clavícula de Albariño, a follárselo con los dedos bruscamente hasta el orgasmo y a taparle la boca y la nariz cuando intentó emitir algún sonido hasta que perdió el conocimiento por asfixia.

Si la persona que llevaba el anillo que coincidía con el de Herstal fuera una persona normal, entraría en pánico por saber si la otra persona realmente lo amaba o lo quería muerto, pero no Albariño. Así que por el momento se limitó a sentarse entre las sábanas, moviéndose con cuidado mientras escuchaba qué sonido le había despertado.

Vino y armasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora