Vino y armas

La fuente de Sangre 03

No soy un cuchillo en tu mano, ni tampoco soy tu perro para morder a quien me pongas adelante según tu antojo.

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Westland es una ciudad con precipitaciones muy intensas, e incluso en marzo cae alguna llovizna de vez en cuando. La temperatura subía hasta un nivel tolerable, pero las noches de lluvia seguían siendo húmedas y frías.

Morrison se acurrucó en la entrada del porche, temblando e intentando encender un cigarrillo con sus dedos congelados. Esta puerta se abría a la entrada de un callejón al que ni siquiera llegaba la luz de las farolas, frente a un río cuyas aguas se agitaban a lo lejos con un olor húmedo y pestilente; el callejón olía a basura y tenía indigentes apostados en los rincones más recónditos de los bajos muros; este tipo de callejones eran habituales en la ciudad baja, barrios que habían quedado muy atrás por el rápido desarrollo económico. Como una mano invisible que arranca una pieza excepcionalmente oscura de su cuerpo.

Conocidas por sus alquileres baratos, callejones intrincados y equipos de vigilancia obsoletos, estas calles se han convertido gradualmente en las mejores guaridas para los negocios ilegales de la ciudad. Las zonas han sido divididas en tantos pedazos por varios mafiosos que los residentes que no han vivido aquí durante décadas no pueden ni siquiera entender la complejidad de los intereses en juego.

Es precisamente porque las pandillas las dividen tan limpia y completamente que la seguridad de la zona es incluso mejor que la de algunos lugares: cada calle está a cargo de una banda diferente, la gente de otras bandas no suele pisar el territorio del otro, y mientras no sea la unión de las fuerzas de dos pandillas rivales, incluso los bloqueos de carreteras, y los grandes robos están muy controlados. Los líderes de las pandillas comunes ciertamente no permitirían que los pandilleros causen problemas a su antojo en su propio territorio, eso no le hace mucho bien al negocio que están cubriendo.

Morrison es un proxeneta que vive bajo la protección de una banda de mafiosos. La prostitución es ilegal en Westland, pero él no tiene que preocuparse por eso: entregará una pila de dinero al jefe de la banda todos los meses, y ellos se aseguran de que la policía local no patee la puerta de su negocio en ningún momento para una inspección sorpresa. Todo el mundo puede ser sobornado, especialmente los mafiosos y la policía de Westland.

-- Y, por supuesto, el propio Morrison.

Mientras temblaba y encendía el cigarrillo, apenas mordiéndolo entre los dientes, un hombre salió de entre la lluvia. El hombre vestía una chaqueta con capucha sin nada distintivo y una gorra debajo de ella, la gorra le cubría hasta las cejas y llevaba una bufanda, por lo que no podía ver su rostro con claridad. Cuando el hombre se detuvo frente a Morrison y la luz de la bombilla amarilla que colgaba sobre su cabeza lo cubrió, sólo se proyectó una profunda sombra sobre el ala de su gorra y el arco de su frente.

"Oye", dijo el hombre con una sonrisa en su tono, comenzando con el más inapropiado 'hablar del clima' para iniciar una conversación, "hace un frío de los mil demonios, ¿no lo crees?".

Era un movimiento que habría estado fuera de lugar en un campus universitario tratando de conquistar a una chica, y mucho menos a un proxeneta en un callejón oscuro. Morrison miró con recelo al otro hombre y le preguntó: "¿Qué quieres?".

"Nada, sólo charlar. Una mala noche como ésta es perfecta para que alguien calme una mente aburrida, ¿no?". El otro hombre se encogió de hombros y se apoyó inestablemente en el porche que tenía a su lado evitando la lluvia torrencial, suspirando cómodamente: "Tus chicas están ahora mismo en casa haciendo esa labor que alivia el alma, y estoy seguro de que no quieres que un policía venga corriendo a interrumpir su noble trabajo, ¿verdad?".