17 ~ NUEVO ORDEN.

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—En algún momento la vida cansa, pesa, duele vivirla. Existe un vacío que anhela ser llenado, pero nada lo hace, entonces solo queda sobrevivir a ti misma. Da miedo sentir, te niegas a ti mismo el hacerlo, porque después de tanto tiempo te encariñas con ese vacío y cualquier cosa o persona que tenga la capacidad de llenarlo es una amenaza, que nada más aumenta el temor, porque la pregunta no es, ¿puedo ser feliz?, si no, ¿Para qué sufrir?, ¿Para qué arriesgarme?, ¿para qué ponerme en peligro a ser herida?, y al final solo terminas consumida por tus sombras que te limitan, llevándote a un estado de comodidad del que te cuesta salir— seguí observando a través de la ventana de cristal hacia el jardín.



—¿hay algo o alguien que pueda llenar el vacío, Siren?— el psicólogo me miró.



Guarde silencio por un momento, mientras mi mente hacía ruido, saturando mis pensamientos.

—El negarlo o no aceptarlo no lo desaparecerá— su voz fue suave al volver hablar.



—¿El decirlo si?— cuestioné con el mismo tono.



—Se sentirá mejor, liberador.





—Tal vez, haya alguien— volteé a verlo —O tal vez no— caminé hasta el sillón, tomando asiento.




—Eres una mujer exitosa, ¿a qué le temes?— me miró.



—Es algo que yo también me preguntó— lo observé.





—Podrías decir, ¿qué tu éxito se debe en gran parte al miedo?— recostó el bolígrafo sobre sus notas, provocando un pequeño, pero audible sonido.





—No, al amor— dije sin titubear —Las preguntas cambian constantemente, mientras otras comienzan a tener respuestas. Dejas de ser tú, porque tienes a alguien por quien ser, entonces la única respuesta a todo es, tengo por quien serlo, por amor.




—¿Y tú?, ¿dónde quedas?, ¿dónde estás?— preguntó.





—Paralizada, entre la vida y la muerte— me levanté otra vez del asiento tomando mi cartera, siguiendo él caminó de salida, hasta detenerme en la puerta —Estoy muerta, quiero vivir, pero tengo miedo hacerlo— hubo un instante de silencio —Ahora si me disculpas, iré a ver a mi hermana.





Salí cerrando la puerta. El pasillo estaba completamente vacío, la luz de la mañana resplandecía alumbrando. El ruido de mis pasos se comenzó a escuchar lejos y por un momento todo fue confuso, mi caminar dejó de tener sentido, mientras mi existencia tambaleaba. La voz de un médico me sacó del trance.




—Buenos días— habló amablemente —Esta vez será un poco menos de tiempo, por los horarios de los medicamentos—Explicó volviendo a caminar, guiándome hacerlo nuevamente.





—Entiendo— conteste comprendiendo la situación.

Después de unos cuantos pasos más llegamos a la habitación, una diferente a la anterior, esta no tenía ventana de cristal, aunque la puerta seguía siendo blanca. Él la abrió dándome libertad para entrar, lo cual hice, enseguida la cerró dejando privacidad.




—Lobita— dije suave al verla acostada sobre una cama.

Rianne se dio la vuelta cuidadosamente al escucharme.

—¿Quién eres?— contesto al mismo tiempo que sonreía al responder.




Un nudo en la garganta se formó mientras mis ojos se cristalizaron por instinto. A pesar de saber su condición desde hace mucho no quitaba el dolor que eso provocaba. Jamás te acostumbras a ver a quien amas sufrir.




—Soy una loba que cuenta cuentos— sonreí acercándome cuidadosamente —¿Te gustaría escuchar uno?.

—¿También cantas?— preguntó con su rostro iluminado.




—Podría intentarlo— llegué hasta ella sentándome aún costado.




—La canción del lobo, ¿la conoces?.







—si— contesté asintiendo.





Al comenzar a cantar en la silenciosa habitación acaricié su cabello dulcemente, hasta que quedo dormida. Al cabo de unos minutos la seguridad sonó, el tiempo había terminado. La observé soltando un suspiro, dejando un pequeño beso sobre su frente, para después levantarme y salir.
El auto esperaba a la entrada de la clínica, listo para ser abordado con la orden de regresar a casa.
Los trayectos en carretera me eran muy satisfactorios, los disfrutaba a decir verdad; al estar de vuelta bajé del vehículo rápidamente hacia la habitación, entrando al clóset donde elegí un atuendo digno del lugar que visitaría, la diadema negra resalta sobre mi cabello rubio, antes de volver a bajar tome la Hermès de oro con incrustaciones de diamantes, que estaba segura de que le hubiera encantado. Baje las escaleras con aire de orgullo y satisfacción, mis pasos siguieron el garaje hasta ubicar el deportivo negro mate, tomándolo saliendo rumbo al destino. Era placentero tomar el volante, cada aceleración era un recordatorio de que la niña que un día deseó comida triunfó. Después del recorrido y comprar algunas flores al fin entre al cementerio, estaba vacío, lo cual agradecía, estacione el auto bajando de él; metí una mano dentro del abrigo café mientras con la otra sostenía el ramo, recorrí los pasillos de césped en medio de las losas, hasta llegar a una lápida con un monumento de cemento con una flaca en medio con su nombre.



—No podía estar aquí y no venir a verte— comencé hablar frente a la lápida —A la mujer que me enseñó, donde, como, cuando y con quien; cada movimiento me lo enseñaste pacientemente, hasta que aprendí a dominarlo.

Aspire profundamente recordando cada instante de entrenamiento, como ellos solían llamarlo, aún recuerdo la sensación de querer rendirme al sentir tan lejano el futuro que ahora vivía en el presente; se veía tan lejano que se sentía imposible.




—Lo logré, lo logramos— me acerqué un poco más acomodando las flores —Supongo que André ya vino a visitarte— instintivamente baje un poco la cabeza por el pesar —Te extraña... como no lo haría si eres su dúo, el amor de su vida y su esposa— suspire —Si estuvieras aquí sabrías que es esto que no quiero y me cuesta aceptar, eras la única que se atrevía y sabía darle voz a todo— volví a meter las manos en los bolsillos —Hay una nueva sabes, una sombra, un miedo, lo llaman amor, de ese que creí que jamás sentiría— relamí los labios, acto seguido apreté la mandíbula con frustración —Descubrí que es hijo de uno de las personas que prometí destruir, que ironía— reí negando —Desearía que estuvieras aquí riendo conmigo de mi misma.








Deje de sonreír alzando el rostro al cielo nublado, perdiendo mi mirada, aspire profundamente cerrando los ojos un instante.






—Una de las reglas me atormenta, me asusta no poder controlarla, pero el dúo me formó, así que ahora tendrá que haber un nuevo orden— observé una vez más la lápida con su nombre —Tenemos una invitación para esta noche Levana De la Rouge.




Mi rostro fue sin expresión, antes de irme siguiendo mi caminó.


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PSYCHO | (bilogía mentes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora