Capítulo 40: Hijo de hombre

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En el reino de Encanta, cuando alguien moría, su cuerpo era quemado, y sus cenizas al caer sobre la hierba hacían surgir flores frente a su tumba, formando un rectángulo, como si bajo este se encontrase su cuerpo.

Cuando el rey Kasian de Encanta falleció, el reino entero se tiño de negro, los alegres bailes y canciones desaparecieron. y el bosque se sumió en el silencio.

Tras un conmovedor funeral, Di permaneció estático frente a la lápida de su padre unos minutos, solo. Las flores terminaron de emerger del suelo, confirmando que su espíritu había abandonado su cuerpo por completo, y se había hecho uno con la naturaleza.

"Ha muerto" confirmó el príncipe elfo.

Sus ojos, ya enrojecidos por el llanto de días, se llenaron de lágrimas de nuevo. Cerró los puños con fuerza y se dejó caer en el suelo. Pasó las manos por la tierra, entre las flores que resguardaban el alma de su padre; unas flores que vivirían eternamente según sus creencias. Le costaba aceptar que se hubiera ido. No podía ser...

- No... No... ¡No! - Comenzó a golpear el suelo entre sollozos, lleno de rabia y pena -. ¡No puede ser! ¡No! - De repente se vio envuelto por los brazos de su madre, apegándolo a su pecho, mientras aún se resistía -. No...

- Ya, mi niño... - La voz de la reina se escuchaba rota, pero su semblante seguía firme por sus hijos, aunque sus ojos estuvieran a punto de estallar en llanto.

Di se aferró a ella entre sollozos.

- ¿Por qué? - preguntó el joven elfo, como si realmente hubiera una respuesta que pudiera reconfortarlo.

- La vida nunca es justa con aquellos que se van demasiado pronto... - Sostuvo su rostro y lo miro a los ojos -. Pero ahora tienes que ser fuerte. Llora todo lo que necesites, maldícenos a todos si es preciso, pero no dejes que este sea tu fin, hijo mío. Recuerda que la gente solo desaparece si se la olvida.

- Mamá... - Di la abrazó de nuevo -. No quiero... No puedo...

- Claro que puedes. Sé que ahora lo ves todo oscuro y el corazón te duele como nunca antes lo había hecho... Pero el tiempo siempre sana las heridas, solo no debemos aferrarnos a ellas. No te diré que dentro de poco estarás mejor, porque no sería verdad. - Acaricio su mejilla -. Pero el tiempo pasará, tú seguirás viviendo, honramos su memoria así, lo recordarás así, y él te verá vivir, hasta el día que volváis a encontraros.

- Lo quería mucho... - sollozo Di en su pecho.

- Yo también... - Las lágrimas escaparon de los ojos de la reina - y él nos amaba todavía más.

Deminas tomo la mano de su hijo y le entregó un anillo rosa escarlata.

- El cetro de papá - dijo Di, sorprendido y algo confuso.

- Él quería que lo tuvieras tú.

- No... No, pero tu padre se lo entregó a él. Debería ser de Delion, él será el rey.

- Sí, y tú portarás el cetro. Tu poder es superior al de tu hermano, al mío, al de muchas generaciones de esta familia. Este cetro se nutre de la luz que tú posees. Eres el primer Witnefram de sangre en tener ese poder en generaciones, hijo. Ahora, es tu turno de llevarlo. - Di cerró el puño, sintiendo la energía del anillo recorrer su cuerpo -. Tu hermano liderará Encanta, y tú lo protegerás.

- No permitiré que nos convirtamos en historia - declaró Di -. Protegeré Encanta, a toda costa - dijo como una promesa.

Deminas beso su frente y luego la unió a la suya.

- "Aratrepsed azelarutan al ed amla le y rallirb a árevlov sofle sol ed zul al" - recitó una antigua frase elfica. Dicho, refrán, mantra, oración, profecía. Lo cierto es que ya nadie recordaba de dónde salió aquella frase, pero Deminas intuía que su hijo sería la respuesta a aquella incógnita.

La magia de Avalon: Bienvenidos [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora