Capítulo 26

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Guardamos las maletas en el coche y fuimos a recoger a Sabrina y a Derek.

—Sabes que puedo conducir, ¿no?

Jake me miró divertido.

—No te he visto conducir en mi vida.

—Eso es porque nunca me has dejado.

—Creo que más bien tú no te has ofrecido.

—Es que me gusta verte conducir.

— ¿Te pone verme conduciendo?

—Sí.

Colocó su mano en mi muslo y comenzó a acariciarlo. Subiendo lentamente hacia arriba.

De repente se escucha una tos y giro mi cabeza hacia los asientos de atrás. Jake sonrió por el espejo retrovisor.

—Chicos, —Derek habló— estamos aquí.

—Están como adolescentes.

—Nosotros solíamos ser así.

—Hasta que decidiste preñarme y no tocarme ni con un palo.

Jake y yo intentábamos contener la risa pero nuestras sonrisas nos relataban.

—Estás embarazada.

— ¿Y qué? Podemos follar solo que no puedes ser bruto.

Derek se tocó el pelo.

— ¿Y el bebé?

— ¿Qué pasa con él?

— ¿Y si le hago daño?

—Por muy grande que tengas la polla, no vas a llegar a tocarlo.

—Pero lo sabrá.

Sab dio un golpe en el asiento frustrada.

— ¿Cómo lo va a saber? Por favor, admite que ya no te pongo y ya está.

La voz de Sabrina se quebró.

— ¿Pero qué dices? ¿Cómo puedes pensar eso?

Derek se cambió de sitio al lado de su novia y la atrajo hacia él.

—Te lo compensaré.

—Quiero no poder andar. Han sido muchos meses.

—Ha sido uno.

—Se sintió más.

Ahora se encontraban liándose en el coche como dos adolescentes hormonados.

—Chicos, podéis hacer lo que queráis pero en mi coche no.

—Eso, si nosotros no podemos hacer nada en el trayecto, vosotros tampoco.

Escuchaba las risas de nuestros dos amigos pero ninguno de ellos dijo nada, estaban demasiado ocupados metiéndose mano.

— ¿Nosotros no podemos hacer nada? —Preguntó Jake con la sonrisa ladeada.

—He dicho en el trayecto.

— ¿Entonces después?

—Después lo que tú quieras. Aunque habrá que usar condones porque hasta que no me venga la regla no me han recomendado que vuelva a ponerme el aro.

— ¿Lo que quiera?

Asentí con la cabeza.

—Ya sé dónde quiero que esté tu boca.

Me ruboricé.

—Yo también sé dónde quiero que esté la tuya.

—Ah, ¿sí?

Entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora