Capítulo 25

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"El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda

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"El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda."~ UMBERTO ECO

D'yavol. Magnus Schiavone.

Por más pecador que sea el ser humano, siempre tiene la oportunidad de la redimirse, ese momento en donde se perdona a si mismo y a su vez se deja perdonar por las personas que daño en algún momento de su vida, a esas personas que de una u otra forma les arrebató la felicidad o las hizo añicos con una palabra... perdonar y ser perdonado...

¡Nah! Esas son patrañas.

En mi idioma nunca existió la palabra redención. No importaba si me suplicaban piedad y perdón de rodillas o con mi miembro en la boca, no había perdón para nadie, después de todo; un muerto no necesita la lengua y yo me encargaba de cortarla lentamente para no escuchar esas palabras que tanto odiaba oír salir de la boca de los bastardos que se atrevían a faltarme.

Cada persona se doblegaba ante mis pies y disfrutaba de ello, cada maldita alma de la tierra debía conocer mi nombre: Magnus Schiavone o como algunos se atrevían a llamarme D'yavol, diavolo, agma, diablo o mi favorito "El rey de la mafia" il re della folla

¡El puto rey de la mafia! Eso era.

—¿Piensas hablar?

— Ot"yebis'. D'yavol(Vete a la mierda. Diablo- Отъебись. д явол)

—Conozco el camino—dije con sorna—, pero ahora tengo mejores planes que ir a ese lugar. ¿Qué información vendiste, maldito traidor?

—No te preocupes, las viejas a las que te follas quedaron en secreto—murmuró con osadía —, nadie tendría ganas de tocar a una mujer que el D'yavol ha tocado.

Sentí satisfacción cuando el látigo que usaba uno de mis hombres, se estrelló de lleno contra el pecho del bastardo, causando heridas tan profundas que seguramente necesitarían sutura pero que claramente no le daría la oportunidad de curarse.

Sonreí con sadismo, acercándome con lentitud al bastardo, viendo las heridas abiertas que parecían preciosos adornos sobre la piel moreteada y llena del liquido vital. Sin pensarlo, metí uno de mis dedos dentro de la herida más profunda a la vista, doblando mi dedo en el interior para poder causarle en mayor dolor posible.

—Yo no trato con malditos traidores y si creías que por la estúpida idea de que fuiste leal a mi familia por años, yo perdonaría tu falta, déjame decirte que no podías estar más equivocado. Voy a causarte tanto dolor que desearas la puta muerte.

Mis palabras eran secas y sin el mínimo remordimiento.

Ingresé un segundo dedo, causándole un alarido de dolor que se apagó con un desmayo repentino por la falta de sangre, rodé los ojos con fastidió. Odiaba que mis victimas perdieran el conocimiento cuando más interesante se ponía la cosa, pero a ellos parecía encantarles la idea de hacerme enfurecer a niveles desorbitados.

Sólo tú. Mi dulce tentación. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora