Epílogo.

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"Una flor florecida ya marchita. Comenzando su vida con un final prematuro"~ R.J. Gonzales

Digno de una reina

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Digno de una reina.

02 de Agosto.

Gran ciudad. Base Alpha.

La vida muchas veces pone fin al dolor, muchas veces nos arranca lo que más amamos desde el punto más profundo de nuestro ser y por más que suplicamos al destino nos de la oportunidad de cambiar las cosas, este parece encapricharse a joder la existencia y se carga lo que más queremos sin importarle nada más.

Dicen que algunas almas son demasiado para este mundo, demasiado hermosas para la maldad que existe y demasiado bondadosas para el infierno que existe en la tierra.

Como seres humanos no estamos acostumbrados a decir adiós, nos duele en el alma tener que despedirnos de quien amamos, pero es algo que tenemos que hacer sin importar nada, pues tal parece que la vida le encanta jugar a hacernos sufrir. Las lágrimas no son suficientes para describir todo el dolor que existe en el corazón al perder a quien amamos, es un dolor tan profundo en el alma que es imposible pensar en algo más, pero que con el tiempo debemos aprender a sobrellevar.

La mañana era fría y sombría, a pesar de que estaban en pleno verano parecía uno de esos fríos inviernos que azotaban la Gran Ciudad, la lluvia torrencial caía sobre cada rincón de esa hermosa villa que se encontraba de luto. Las lágrimas se habían acabado para todos los que habían perdido a la mujer más valiente del ejército Alpha.

Todos los civiles vestían de negro elegante, a pesar de que una de sus súplicas había sido que su velorio fuera colorido, sus padres se habían negado a ello pues quería guardarle luto a la mujer que había salvado ese ejército.

Todo el ejército vestía con los uniformes de gala reglamentarios, pero no era para una hermosa celebración como a las que estaban acostumbrados, por el contrario, era una de las más tristes que habían enfrentado. Todos los soldados permanecían firmes a pesar de que la lluvia los mojaba completamente, pero no bajarían la mirada pues su coronel estaba en una caja que parecía hecha de oro completamente y seguro les pondría una reprimenda muy grande si alguno se atrevía derramar una sola lágrima por ella.

Su madre con el corazón en las manos sostenía la caja que contenía todas las medallas que esa mujer se había ganado con sangre, sudor y lágrimas; una caja, muestra de la valentía que ella había tenido al enfrentarse a uno de los mayores bastardos. De los ojos miel de la ministra ya no salía ni una sola lágrima, lo único que había en su interior eran las ganas de vengar la muerte de su hija y una interminable ira que amenazaba con arrasar todo a su paso.

Su padre no era diferente, sostenía en sus manos el arma que era él mismo le había obsequiado y entregado cuando había asumido su cargo como coronel, un arma preciosa casi fundida de oro con una gran K en el lateral derecho, tan hermosa y única como lo había sido su hija, la niña de sus ojos.

Sólo tú. Mi dulce tentación. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora