Capítulo 26.

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"No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra

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"No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra." ~ Friedrich Nietzsche

Quizás en otra vida.

Dicen que no hay mentira que pueda ocultarse para siempre, que en cada momento en el que se oculta una verdad se rellena una caja de pandora que es imposible de descifrar pero que cuando esta estalla y la mentira queda a la luz rompe toda barrera.

Sonreí hacia el espejo, delineando mi cuerpo con mis manos al entallarme en el hermoso vestido rosado con vuelo hermoso que me hacia sentir como una princesa de la era medieval.

Amarré mi cabello en dos trenzas unidas en un moño ingles con la mitad del cabello suelto en ondas naturales que se formaban después de cada ducha. Me coloqué una ligera capa de maquillaje, un par de joyas de plata y finalicé mi atuendo con unas hermosas zapatillas de tacon cuadrado.

Mi celular vibró, sonreí mirando la pantalla al ver el mensaje de Conall.

Coronel gruñón: Ya estoy abajo, muñequita. ¿Subo o te espero?

Key: Voy en un minuto.

Tomé todas mis cosas, incluido el hermoso regalo que había comprado para su abuela. Tecleé el código en mi ascensor y descendí hasta el estacionamiento, con una gran sonrisa en mis labios.

—Te ves hermosa, mi muñequita—murmuró Conall mordiendo su labio inferior al verme.

Sonreí, acercándome a él para dejar un corto beso en su mejilla con la intención de abordar su auto. Antes de poder hacerlo, Conall tomó mi cintura con posesión y colocó su segunda mano detrás en mi cuello, obligándome a verlo a los ojos.

—No te he visto en 3 horas ¿Y así es como me recibes?

Solté una pequeña risa, dejando un corto beso en sus labios.

—En todo caso, yo tampoco te he visto en tres horas. Debería ser más iniciativo, coronel Harrison— bromeé.

Conall soltó una carcajada, sin darme tiempo a huir u a hacer otra cosa, se apoderó de mis labios con benevolencia, como si estos fuesen su dulce favorito. Solté pequeños gemidos al sentir su lengua jugando con la mía y sus manos delineando mi cintura hasta tomar mi trasero.

Conall logró subirme sobre su pelvis, causando que una explosión de placer aterrizara en mi centro al sentir su erección bajo el pantalón.

Jadeé.

Conall, sin decir absolutamente nada, nos subió a ambos al interior de su auto.

—¿Quiere saber cuanta iniciativa tengo, coronel Kim? — Bromeó con una coqueta sonrisa, deslizando su asiento hacia atrás —. Abre bien las piernas, muñequita, porque voy a hacerte lo que tuve que aguantar estas tres horas lejos de ti—gimió.

Sólo tú. Mi dulce tentación. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora