Capítulo 37.

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"El corazón herido de un niño se encoge a veces de tal forma que se queda para siempre duro y áspero como el hueso de un melocotón

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"El corazón herido de un niño se encoge a veces de tal forma que se queda para siempre duro y áspero como el hueso de un melocotón. O, al contrario, es un corazón que se ulcera y se hincha hasta volverse una carga penosa dentro del cuerpo, y cualquier roce lo oprime y lo hiere. "La balada del café triste" ~ Carson McCullers

Tortura del ayer.


Dicen que la mayor adicción es aquella que no podemos tener en nuestras manos, aquella que sabemos el daño que nos causa pero que aun así seguimos buscándola incontrolablemente. Esa droga que para nosotros es nuestro talón de Aquiles, esa adicción que tenemos frente a nuestros ojos pero que no podemos tocar.

La vida siempre nos pone en caminos que son difíciles de explicar incluso para nosotros, caminos donde la vida nos enseña que no existe una guía correcta para seguir.

Debía confesar que mis padres habían sido los peores bastardos de todo el mundo, me habían torturado de formas que eran imposibles de superar para un pequeño niño.

El momento más traumático de mi infancia, fue ese en donde Liliana, con el coraje que tenía hacia mi padre, me encerró en el baño de uno de los lugares que ella frecuentaba, sus palabras habían sido "jugaremos algo muy divertido, tú gritas y yo me voy" para un niño que su madre jugará con él, era lo mejor que le podía pasar.

Inocentemente creí que realmente era un juego, me había quedado en ese lugar esperando a que mi madre regresará, pero al pasar de las horas me di cuenta de que ella no regresaría; gritaba tan fuerte pero el sonido de afuera de la discoteca ensordecía a mis pobres gritos. No fue hasta que dentro de ese cubículo comenzaron a salir roedores por todas partes, cosas peludas que comenzaron a devorar mi ropa y que mordían mi piel de forma brusca.

"Mami, mami perdóname... te prometo que comeré todos mis vegetales, pero por favor ayúdame"

Mi abuelita me había encontrado inconsciente en ese pestilente baño de ese bar en los barrios bajos, había pasado dos días internado con todo tipo de medicamentos y heridas profundas causadas por las ratas que se habían alimentado de mi pobre cuerpo, cuando salí del hospital yo estaba dispuesto a perdonar a mi mami, sin embargo ella se había marchado para seguir su galante vida.

Recordaba mi cumpleaños número cinco, el cumpleaños que se convirtió en el peor de mi vida, el recuerdo de como mi padre en lugar de llegar con un pastel de regalo llegó con mis maletas para dejarme con mi abuela, sus hirientes palabras mientras yo esperaba apagar la vela de mi pastel marcaron completamente mi vida.

"Solo eres un estorbo... no mereces nisiquiera ser nombrado mi hijo... por tu culpa tu madre nos dejó"

En mi mente de niño esas palabras tenían mucho sentido, lloré durante días pidiéndole disculpas a mi mamá, queriendo que regresará para que mi Papá pudiera volverme a decir que era su hijo. Mi abuela trataba de consolarme cocinando pastel, llevándome a Hyde Park todos los días, incluso me había comprado un cachorro para que no me sintiera completamente solo.

Sólo tú. Mi dulce tentación. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora