- mi plus ultra, lo eres tú... -
Obviamente créditos a Kohei Horikoshi por crear tremendo manga.
Pd: ninguna imagen es mía, solo las edito, todos los créditos a su respectivo creador.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Domingo 01:00 PM
— estoy llenísimo — Kirishima se recostó hacia atrás en el respaldo de la silla, mientras estiraba sus brazos hacia arriba adolorido por las heridas en su cuerpo. Todos habían almorzado a gusto y cómodos. El ambiente fue totalmente cálido, más cuando faltaba la mirada de pocos de amigos de Bakugo.
Denki con una sonrisa burlona giró su cabeza hacia los sillones de la sala, que estaba a metros nada más de la mesa larga donde almorzaron. — Kacchan, Kacchan, Kacchan~ ¿qué tal tu comida? —
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Quizás no tenían la cara enojada de Katsuki en la mesa, pero sí en la sala.
— callate y come lo tuyo — y le dió un bocado a su estofado con arroz con ferocidad, masticando ruidosamente. - ¡Kacchan, quédate quieto! - y el nombrado sintió ardor en su espalda al terminar de quejarte.
— ¡Agh! — dió un quejido ahogado en silencio dejándose curar por tí y gruñó molesto mientras se mordía la lengua para no seguir quejándose. —si sigues moviéndote voy a tener que seguir limpiando la sangre —le regañaste molesta mientras le frotabas aún más el algodón y líquido para las heridas.
Su torso estaba desnudo, ya que tenía la mayor parte de éste levemente herido con raspones y moratones. Tu modelo sí le había golpeado bastante, pero Bakugo era resistente. Aun así, no logró dejar de ser el más dañado por tí a diferencia de Todoroki y Kirishima quienes ya habían sido curados por tí anteriormente.
— dame un poco — pediste en susurro mientras tenías las manos ocupadas con las vendas. El rubio cenizo desvío la mirada y tratando de disimular su nerviosismo, extendió el cucharón de madera cargado de arroz con estofado por su hombro. Con alegría, apoyaste tu barbilla en su hombro y de un solo bocado hiciste desaparecer todo lo que había en el cucharón, consiguiendo que ahora un poco más tranquilo, el muchacho bajara la mano, juntando más arroz en el tazón para seguir dándote mientras los demás no veían.
