36°

3K 456 816
                                    

Lizzie.

—He traído este libro. Es una edición bellísima... — susurré cuando ya tuve mi herida limpia.

Ella se encargó de desinfectarla luego de... Llevar mi dedo a su boca y lograr que mi cuerpo reaccionara con eso.

—La divina comedia.

—Justamente. La he leído varias veces...

—¿Paolo y Franchesca?

Sonreí. Me gustaba eso desde que ella lo mencionó alguna vez.

—Nunca fue mi favorito, pero desde que usted lo mencionó, no he dejado de pensar en eso. Imaginar que el sólo hecho de amar... Sin querer lastimar a alguien... Aún así provocaría...

—Podríamos leer eso — susurró ella. Me giré para verla como si bromeara, ella no parecía hacerlo.

Asentí abriendo el libro en la página del libro que traía la escena de ambos.

—¿Quiere comenzar usted?

—Claro, te diré en qué momento entras tú.

—¡Genial! James y yo solíamos hacer esto cuando era pequeña...

Ella sonrió.

—¿Tu hermano es literario? ¡Jamás lo habría pensado! — dijo con sarcasmo notorio en la voz. Sonreí.

—Es muy interesante oírle hablar, es tan listo como usted, aunque para ser sincera... — bajé la mirada algo avergonzada. No quiero exponerme.

No podía evitarlo, mi corazón se aceleraba junto a ella y deseaba llenarla de halagos porque gustaba mucho de su compañía.

De lo que ella significaba para el mundo.

—¿Mhm?

—Nada.

—Dilo.

Negué.

—Por favor... — pidió y suspiré.

—Creo que usted es mi intelectual favorita, no puedo evitarlo.

Ella sonrió apoyando su cabeza en mi hombro unos segundos.

No quise verla, deseaba evitar su rostro un poco, pues sabía que la adoraría cual Diosa que merece ser vista con encantamiento.

—¿Leerá?

Ella asintió. Tomó el libro, separó las páginas en el quinto canto y se detuvo en un espacio importante.

—Desde aquí... — señaló y yo asentí —. "Maestro, yo querría conversar con ésos que al mirarlos, me parecen vilanos en el aire, cuando crecen
los cardos y es el tiempo de soñar.. ¡tan leves son!… ¿qué han hecho para estar aquí?... tan tiernos que enternecen..."

Sonreí viéndola leer desde tan cerca. Ella me enternecía más que cualquier pareja de enamorados.

—Okay... Siga — pedí.

Ella trajo saliva y asintió sin levantar la mirada.

—"Llámalos —dijo—, tu piedad merecen. Mira, no su pecado, su pesar. Ellos se acercarán cuando les llegue el remolino que les encadena, escucha de sus labios triste historia y sabrás cómo, a veces, una pena hace que, ciego, el corazón se niegue, encerrada en un punto su memoria" — sonreí.

El pecado. El problema de Paolo y Francesca. El amarse siendo amantes. Nada que pudiese ser perdonado, ellos no podían arrepentirse de su amor, porque realmente lo sentían...

—"¡Vosotros! que miraros me estremece, enredados, no heridos, triste vuelo teñido de dolor y desconsuelo, ¡venid!, si el viento oscuro no lo empece — se detuvo levantando la mirada. No quería apartar mis ojos de los suyos, pero lo hice para leer.

Laguna negra |Scarzzie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora