Laguna negra |Scarzzie|

41°

Scarlett.

—¿Y cuándo saldrás de clases, mami?

Elliot acomodaba su pequeña camisa delante del espejo, Rose me veía con un pequeño puchero en los labios.

—Pues para la hora de la comida ya estaremos juntos, bebés. Les aseguro que será rápido.

—Es que voy a extrañarte mucho — insistió Elliot y noté como intentaba aguantar sus lágrimas.

Suspiré. Es tan difícil controlar mis emociones cuando ellos son los que están triste. Me encantaría simplemente elegir quedarme y ya, pero debo trabajar.

—Amor, prometo que será rápido, tendremos una tarde muy divertida, lo prometo.

Él asintió.

—¿No podemos estar con Lizzie?

—¿Lilly? — preguntó Rose emocionada por primera vez.

Me sonrojé. Justamente tengo clases con ella.

—No, no pueden... Pero la verán en la noche, le diré que cenemos juntos, ¿les gusta esa idea?

—¡Muy divertido! — festejó Elliot.

—¡Divetido! — dijo mi pequeña imitando a su hermano quien rápidamente se acercó a intentar besarla. Ella huyó.

Acabé de acomodar mi ropa, me puse algo de perfume y observé la faja que cubría mi abdomen. Eso estará bien.

Suspiré. No me gusta cómo se ve mi abdomen estos días, he dejado la dieta y el ejercicio, debo recuperarlo... Todos estos días han ido a parar a la basura, no es agradable.

Toqué mi blusa y la aplané.

¿Cuántos kilos menos necesito para verme como deseo? Menos... Mamá...

—¿Mami, por qué eres tan bonita? — susurró Elliot.

Me giré a verlo, mi pequeño me veía con los ojos castaños más brillantes que alguna vez me han visto.

—¿Crees eso, amor?

—Sí, mami, alguna vez quiero ser tan bonito como tú.

Sonreí. Tomé su rostro y decidí que mis besos serían totalmente suyos por unos minutos antes de entregarme a la labor escolar.

—Te amo tanto, amorcito.

Él reía con gran carcajada. Adora los besos, nada le gusta más.

[•••]

Lizzie.

En cuanto entró al salón, el aura fue diferente.

—Buen día, chicos. ¿Qué tal la libertad de la semana? Se ven joviales.

Todos rieron ante su encanto. Es realmente encantadora. Johansson dejó su bolsa sobre la mesa y se giró para comenzar a escribir lo de hoy.

Trae un conjunto muy lindo. Aquella camiseta delgada, unos jeans claros y zapatillas color blanco. Ella es la jovial hoy.

—Que linda se ve hoy, maestra — dijo Elliot desde mi lado.

Ella se giró y nuestros ojos se cruzaron por primera vez antes de que centrara su visión en mi amigo, sonriéndole.

—Gracias, querido.

Avanzó hasta su escritorio, se sentó allí esperando el silencio absoluto del salón. Volvimos a vernos e hizo una mueca de desesperación por el ruido.