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ASHER

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ASHER

Era jueves, ese día acababa de salir de mi última clase. Como siempre, me dirigía al aparcamiento del instituto para alcanzar a Max y a los chicos en el deportivo del centro, donde teníamos planeado jugar un partido de fútbol americano con el propósito de prepararnos y estar listos para el inicio de la temporada de campeonatos.

Iba a mitad de camino cuando alguien interceptó mi camino y me impidió seguir avanzando. Se trataba de Belinda, mi exnovia. Ella llevaba el pelo recogido en una coleta, estaba usando una chaqueta de cuero café, una falda ceñida de la misma tela, un top negro con escote y unas botas de tacón, lo que la hacía ver más alta de lo que ya era. Su atuendo iba acompañado de accesorios de plata que le daban una apariencia absolutamente original y sexy. Ella era muy guapa y lo sabía perfectamente; empleaba todas y cada unas de esas características físicas para obtener lo que quería, y en ese momento parecía interesada en hablar conmigo.

—Asher, cariño, me alegro de verte —exclamó ella con voz melosa y se me acercó para besarme en la mejilla. No me dio tiempo de reaccionar; cuando menos me di cuenta, ya la tenía a escasos centímetros. Sus labios suaves se habían posado en la comisura de los míos y se deslizaban con lentitud hacia mi boca.

No me apetecía tenerla cerca. Habían pasado dos largos meses desde nuestra ruptura, meses en los que no la vi ni la sentí cerca, pero, a diferencia de la última vez que estuvimos juntos, ese día no sentí nada. Me resultaba muy extraño no sentir nada por ella, porque en el tiempo que estuvimos juntos realmente estuve loco por ella; me obsesionaba el olor de su perfume, me encantaba tenerla solo para mí y, sin duda, me sentía envenenado de pasión cada vez que sus labios se cerraban sobre lo míos. Ahora no había nada: ni emoción, ni entusiasmo, ni aquella intensidad que me incitaba a envolverla entre mis brazos. Ya no ansiaba besarla, ya no quería nada con ella.

Aclarándome la garganta, di un paso hacia atrás y la observé con el ceño fruncido.

—¿Qué haces aquí, Belinda? —le pregunté con crudeza. Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón, a la espera de su respuesta.

—He venido desde mi hotel hasta aquí, esperando que pudiéramos hablar —respondió tranquilamente y me sonrió de esa manera que antes hacía latir mi corazón con fuerza.

—Ahora, si quieres hablar... —solté con brusquedad. Todo mi cuerpo se puso en tensión al recordar nuestra última conversación—. Aquel día que te llamé, me dejaste muy claro que habíamos terminado. Dijiste: «Lo nuestro se acabó, Asher; no me vuelvas a llamar». Luego colgaste y no volví a tener noticias tuyas, así que hoy soy yo el que no tiene nada que decirte —espeté, tensando mi mandíbula—. Hazte a un lado, mis amigos me están esperando.

Al ver que no se movía, fui yo el que esquivó su cuerpo. Me apresuré a pasar por su lado para largarme y no tener que seguir discutiendo con ella. Para mi gran fastidio, ella me retuvo sujetándome del antebrazo y se volvió a poner delante de mí, dispuesta a retomar nuestra conversación.

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