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ASHER

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ASHER

Siguieron pasando los días y todo continuó igual. A los ojos de los demás yo seguía siendo Asher Bennett, el capitán del equipo de fútbol americano, el chico encantador e inalcanzable con el que todas querían salir; todos en la academia admiraban que me hubiera recuperado tan rápido de la dislocación de mi hombro. Me parecía que me había convertido en el chico más popular de la academia y aún no sabía cómo sentirme después de darme cuenta de que a cualquier parte a la que fuera era el centro de atención. Podría decirse que había encontrado una estabilidad en mi día a día, pero a pesar de que nada había cambiado en el exterior, a pesar de que pareciera que las cosas en mi vida iban mejorando, en lo más profundo de mí había algo que faltaba, alguien que dejó marcada su ausencia con una tinta permanente. Mi amistad con Elizabeth estaba perdida.

Solía verla de lejos en los pasillos, me le quedaba mirando cada vez que me la encontraba en algún espacio de la institución, lidiaba internamente con la furia demencial que me recorría el cuerpo cada vez que mis ojos captaban la presencia de Tyler a su alrededor. No había tenido el valor de acercarme a ella ni una sola vez desde aquel día en el que me dijo que ya estaba fuera de su vida.

Igual que aquello que sucede con las flores, que con el paso del tiempo van marchitándose todos y cada uno de sus pétalos y sus hojas, la comunicación entre nosotros fue apagándose hasta volverse nula e inexistente, porque ya no nos hablábamos, en los corredores evitábamos mirarnos y ni siquiera nos saludábamos cuando nuestros caminos se cruzaban. Cada uno estaba sumergido en sus actividades, cada uno convivía con sus amistades, cada uno se relacionaba con distintas personas.

Pasaron tres días antes de que terminara recurriendo al número de Hillary, cuando la llamé le pregunté si tenía tiempo libre para salir a alguna parte y ella me dijo que estaba disponible. Ese día nos reunimos en un parque, compramos un par de helados y nos sentamos en una banca a conversar, hablamos el uno del otro y comenzamos a conocernos.

Ella me contó que era estudiante en un colegio prestigioso de la ciudad de San Francisco, me dijo que vivía en una zona residencial con su padre y su hermano menor, confesó que le apasionaba la literatura y que en el futuro quería convertirse en una reconocida escritora. Yo le conté de mi familia, de mis aficiones, pasatiempos y sueños, le hablé de mis metas y objetivos, y por supuesto, le dije que me apasionaba el deporte y le confesé que deseaba convertirme en un jugador profesional en el área deportiva internacional.

Y así fueron pasando los días, Hillary y yo nos seguimos viendo, salíamos cada vez más seguido, a veces nosotros solos o con nuestros respectivos amigos. A Max no le terminaba de agradar, como era de esperarse, pero tenía la ligera sospecha de que su perspectiva sobre ella cambió a partir del día en el que Hill le presentó a una de sus amigas, una estudiante de periodismo en su primer año de carrera en la universidad. Personalmente, hablar con ella me hacía bien, en poco tiempo le había tomado cariño y se había ganado mi afecto. Hillary era una chica espontánea, risueña y divertida que siempre buscaba sacarme una sonrisa, incluso en los momentos en los que hablar me resultaba agotador.

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