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BETH

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BETH

Ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Fue él quien se movió primero, vi que enfocó su mirada en la puerta y una herida se abrió en mí cuando pasó por mi lado y se apresuró a salir de la habitación.

Yo avancé detrás de él con lentitud. Al atravesar el umbral de mi habitación visualicé la silueta de Asher dirigiéndose a la puerta decididamente. Pensaba irse, todo se había acabado ya.

Yo aceleré el paso y solamente me detuve cuando estuve a la mitad de la estancia.

—¿Vas a estar bien? —le pregunté con el corazón desbocado.

—No creo que te importe.

Cuando habló, su voz fue tan glacial que lanzó un escalofrío a través de mi cuerpo. Su frialdad me volvió a lastimar.

—Puedo acompañarte abajo si...

—No es necesario, pudo irme por mi cuenta —musitó con crudeza.

—No tienes que tratarme así, seguimos siendo amigos.

Mi comentario dio en el punto justo. Me quedé congelada al momento que se volvió y me lanzó una mirada lacerante.

—No me hace bien que me digas eso, ya no digas nada.

Mis ojos se cruzaron con su mirar hiriente e inescrutable. Era evidente que estaba enfadado, me lo dejaban claro la tensión de sus facciones y su postura impenetrable.

—Escúchame, yo...

Él negó con la cabeza y estuvo a punto de decirme algo, pero la aparición repentina de Diana fue suficiente para perder el hilo de la conversación.

—Eli, venía a ver si estaba todo bien, pero ya veo que he llegado en un mal momento —me observó con expresión apenada.

—Te equivocas —la voz ronca de Asher se robó la atención de las dos—. No has interrumpido nada, ya hablamos lo suficiente.

Sus palabras me cortaron la respiración.

—Oh —emitió ella en una exclamación.

Al mirarlos a ambos, a él a dos pasos de la puerta y a ella parada junto al sofá, no pude evitar pensar que Diana era el tipo de chica en la que Asher se fijaría; tenía unos resplandecientes ojos azules, el cabello rubio hasta los hombros con mechas de color rosa, el rostro delicado ligeramente maquillado; además, solía vestirse con lindos vestidos de colores claros y chaquetas de mezclilla que llevaban estampados de flores. Su encanto era visible al mirarla.

Una vez más sentí un pinchazo en el corazón porque yo jamás sería tan perfecta, jamás me vería de esa manera, era demasiado distinta.

—Yo soy Diana, compañera de dormitorio y amiga de Eli —le ofreció una amigable sonrisa—. ¿Y tú eres?

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