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BETH

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BETH

Atravesé el pasillo, la estancia de la recepción y salí afuera a respirar hondas bocanadas de aire como si mi vida dependiera de ello. En cuestión de segundos, los ojos se me llenaron de lágrimas y los párpados me ardieron.

Mi campo visual se volvió nubloso y borroso, pero seguí caminando y solamente me detuve cuando llegué al extremo del barandal en el que me había apoyado anteriormente. Una vez allí, me limpié desesperada las lágrimas que me cubrían las mejillas y aferré las manos a los bordes de la barandilla, descargando mi frustración con una fuerza que desconocía.

—¿Cómo ha podido hacerme esto? —murmuré con enojo—. ¿Para qué rayos me hizo venir si iba a... si iba a estar con esa serpiente venenosa? ¿Acaso quería hacerme pedazos? ¿Lo que quiere es verme herida? ¿Qué es lo que quiere? Me tiene harta, no lo aguanto más.

Apreté los dientes con furia y cerré los puños contra mis palmas, encajándome las uñas con una ira descomunal. Me hacía daño, pero no me dolía, ya nada me dolería tanto como mi corazón roto.

—Debería odiarlo, debería odiarlo por hacerme esto, debería... debería decirle que se vaya al diablo y que se quede con su resplandeciente noviecita, debería decirle que se olvide de mí y de nuestra amistad —musité llena de rabia e impotencia. Inspiré aire con brusquedad y lo solté en un resoplido cargado de fiereza y fastidio.

Solo cuando una mano firme me agarró el hombro me percaté de que no estaba sola y me arrepentí de haber estado hablando en voz baja con ese desmedido coraje.

Me volví y me encontré con unos ojos pálidos que eran similares al color del agua. Tyler me había seguido afuera. Honestamente, me sentí aliviada de que no se tratara de esa otra persona que no quería ver ni en pintura.

—¿Qué haces aquí? —le espeté con rotundidad. Estaba dominada por las emociones venenosas que recorrían todo mi sistema nervioso—. Será mejor que te vayas, no me apetece ver ni hablar con absolutamente nadie en este momento.

—Si permites que te afecte de esta manera, te hará mucho más daño —expresó en un tono bajo y tranquilo—. Ese idiota no se merece una sola de tus lágrimas, nadie que te haga daño emocionalmente merece estar con una chica como tú.

Dejándome guiar por una oleada de molestia, me deshice de su mano y cuando me atreví a enfrentarme a sus orbes deslumbrantes, le miré con los ojos llenos de lágrimas.

—No me afecta que esté con ella —quise mentirle, a pesar de que mis ojos humedecidos gritaban todo lo contrario.

—Tu corazón está llorando, Elizabeth, no intentes ocultarme la verdad —siguió insistiendo con sus ojos fundidos en los míos.

Me enfureció tanto su persistencia que terminé dándole la espalda. Volví a secarme las lágrimas con el dorso de la mano y solté un sollozo inevitable que me fracturó la garganta.

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