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BETH

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BETH

Tal como acordamos, me había seguido desde la sala de estar. Ahora había entrado a mi cuarto y estaba parado junto al umbral, o quise decir, apoyando su hombro en el marco.

Llevaba puesto un jersey de color verde, unos vaqueros desgastados y sus clásicos zapatos negros. Desde el instante en que abrió la puerta y lo divisé con esa vestimenta, me dieron ganas de agarrar entre mis dedos el cuello de su jersey y tirar de él para acercarlo hacia mí y pararme de puntillas para posar mis labios dulcemente sobre los suyos y... no podía hacerlo, aquel era otro sueño más del que tendría que desprenderme si quería que fuera parte de mi vida.

Asher me sonrió mientras cerraba la puerta a su espalda y deslizaba su mano libre sobre su pelo que caía desordenado sobre sus ojos. Deseé poder decirle: «No hagas eso, por favor, no puedes acariciarte el pelo frente a mis narices y tentarme a hacer algo que no puedo permitirme».

Me quedé quieta al verlo acercarse. No lo veía desde hacía unas horas en la academia, y el entusiasmo que sentía solo de mirarlo me hacía perder el aliento.

—Nadie ha sospechado nada, estamos a salvo —murmuró con aires de detective.

Fue incontrolable reprimir una sonrisa en mi semblante. A pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de quererlo tanto como lo quería, ni de amarlo tanto como lo hacía.

Al encontrarme tan cómodamente recostada sobre los cojines rosas que iban a juego con el edredón, él no dudó en rodear la cama para dejarse caer del otro lado. Al pasar junto a la ventana, la luz de la lámpara de la calle iluminó su pelo y sus ojos, haciéndolos centellear de un azul intenso similar al de los diamantes. Antes de sentarse, se remangó el jersey y luego se colocó a mi lado sobre la cama.

—¿Ya te he dicho que me encanta entrar a tu habitación? Es como adentrarme al mundo de los unicornios y los arcoíris: colorido y endulzante, igual que tú y tu personalidad —expresó, sonriente.

En ese mismo momento, quise agarrarlo del brazo y demostrarle lo empalagosamente dulce que podía llegar a comportarme si él me lo permitía.

—Ya me lo has dicho, pero a mí no me engañas con tu sutileza. Recuerda que soy tu mejor amiga y nadie mejor que yo para afirmar que prefieres encontrarte en lugares con poca iluminación. Un ejemplo claro es tu habitación —puntualicé.

Mi punto de vista le arrancó una fuerte risa. Amaba oírle riendo de esa forma tan encantadora y seductora. Era como si su aura desprendiera tanto ardor y tanta atracción que no podía escuchar su risa simplemente como algo natural y espontáneo; más bien, la percibía sensual y atrevida, como las melodías que tocaba con la guitarra por las noches y le dedicaba en secreto.

Sin responderme nada, él se tumbó de lado y apoyó la cabeza entre las manos. Entreabrió los labios e inspiró aire, robándome el mío al hacer que mi mirada recayera en su boca rojiza.

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