ASHER
En un abrir y cerrar de ojos pasaron ante mí los días que estuve encerrado en casa, permaneciendo en reposo para mi recuperación. Todos y cada uno de esos días, Beth estuvo muy cerca de mí; ella venía a verme por las mañanas antes de irse a la parada para tomar el autobús, iluminando mis días con su resplandeciente sonrisa y sus encantadores gestos de cariño. Al llegar la tarde, ella volvía a venir y, con solo verla, mi humor negro se desvanecía y era sustituido por una inmensa alegría.
Beth me conocía tanto que podía leer a través de mis expresiones y se daba cuenta de que me sentaba fatal no poder hacer lo que más me apasionaba. Así que, en cada una de sus visitas, traía consigo alguna golosina para endulzar los malos momentos y los aburridos ratos que pasaba recostado en el sofá de la sala. En dos ocasiones, compró un envase de helado de galleta y lo compartimos juntos mientras mirábamos películas animadas en el televisor, sentados uno al lado del otro.
Mi amigo Max también venía a visitarme constantemente y me traía los apuntes de las clases para que pudiera ponerme al día cuando llegara el momento de regresar a la academia. Él decía que no esperaba que entendiera mucho de lo que anotaba en sus cuadernos, pero, aunque intentaba ocultarme la verdad, yo ya me había dado cuenta de que en sus apuntes se esforzaba muchísimo por explicar hasta el último detalle de cada tema que se veía en clase. Él prestaba atención a las clases y hacía anotaciones detalladas, cosa que nunca solía hacer porque era demasiado bueno reteniendo información en su memoria. Los docentes le calificaban los trabajos y proyectos de manera oral porque él era un verdadero genio en el área del aprendizaje y se lo sabía todo sin necesidad de hacer trampa. Personalmente, le agradecía mucho su apoyo moral.
A Liliana casi no la veía; esas últimas semanas, nuestra comunicación se centró más en llamadas telefónicas y mensajes compartidos. Ella siempre me preguntaba cómo me sentía y se preocupaba por mi estado de ánimo. Estudiaba al otro lado de la ciudad y eran pocos los momentos en los que tenía oportunidad de mandarme mensajes o de llamarme para conversar conmigo. Nosotros seguíamos siendo novios; a pesar de no vernos, manteníamos una extraña relación a distancia en la que yo no esperaba con ansias su llegada.
Mis sentimientos hacia ella resultaban confusos e indefinidos; no podía decir que la quería y que estaba loco por ella, pero de algún modo, me agradaba la complicidad que nos enlazaba al hablar. Me gustaba cuando reíamos, pero toda la química que sentía por ella se apagaba cuando hacía comentarios sugestivos, como que pensaba en mí constantemente, que deseaba verme, besarme y perderse en mis caricias. De algún modo inexplicable, no quería que me dijera nada de eso; no quería que se enamorara de mí.
Apreciaba a Liliana; lo que teníamos me importaba, sabía que me importaba, pero no de la manera en la que debería, no de esa forma tan intensa que se expandía en mi pecho y me invadía el alma por completo cuando estaba con Beth.
Lina y yo no llevábamos mucho tiempo saliendo, pero se notaba que yo no me sentía igual que ella. No la amaba. Me había distanciado de ella desde aquella tarde que estuvimos juntos en mi casa y Beth nos encontró besándonos. Todavía no podía describir con palabras cómo me sentí cuando la vi salir apurada de mi casa, luciendo alterada y nerviosa.
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Incondicionales
Teen FictionAsher es un joven con muchos sueños y metas en la vida, cada uno de sus objetivos tiene un propósito a seguir: convertirse en un jugador estrella del fútbol americano. Su mejor amiga, Elizabeth, es una gran soñadora. Ella sueña que las canciones que...