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ASHER

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ASHER

Cuando llegué a la playa y estacioné mi motocicleta en el extenso aparcamiento de la mansión de los Rush, vi mi reloj y comprobé que eran las siete y media de la noche. El viento que soplaba en la costa se sentía frío y fresco. Al quitarme el casco, la brisa alborotó mi cabello y la brisa del aire me acarició la nuca. Al asegurar el casco, me froté las manos entumidas y me acomodé los pliegues de la chaqueta de cuero de color marrón que había elegido para la ocasión.

Observé a mi alrededor en busca de encontrar a Max por alguna parte y lo vi parado a varios metros de distancia. Se encontraba apoyado en un auto rojo, el convertible de su hermano mayor, Andrew.

Vi que sonreía mientras me veía acercarme.

—Hola, brother. ¿Has notado que hoy he venido acompañado de esta belleza? —dijo, señalando el cofre del auto y sonriendo ampliamente.

—Te encanta presumir, ¿verdad? —exclamé sarcástico, y los dos nos saludamos chocando los puños.

—No te lo voy a negar, me enorgullece que en menos de un año esta belleza va a pertenecerme.

—¿Sigue en pie su trato?

—Así es, en algunos meses, cuando nos graduemos de la academia con honores, Andrew pondrá a Emily a mi nombre.

Solté una carcajada al entender que "Emily" era el impresionante auto deportivo.

—Tienes mucha suerte, no hay muchos hermanos que te regalen un auto simplemente porque te gradúas —comenté enérgicamente mientras comenzábamos a acercarnos a la gran entrada de la mansión.

—Lo sé, soy afortunado por eso.

Los dos asentimos y nos reímos. Al acortarse la distancia, notamos que un estruendoso ruido musical se expandía por los alrededores y hacía vibrar el suelo con intensidad.

Max y yo llegamos a la entrada. La puerta estaba abierta de par en par, dejando paso al interior de la casa. En el salón principal se podían ver chicos y chicas bailando al ritmo agitado de la música. El exterior de la mansión tenía ventanales enormes que sustituían las paredes, y el suelo de mármol estaba resplandeciente bajo la luz de los reflectores. Al adentrarnos, notamos que toda la casa estaba iluminada de luces ultravioleta. La iluminación era cegadora debido a aquellos colores intensos que se desplazaban en distintas direcciones.

El gran comedor y el salón se dividían por una pared de vidrio transparente, superficie en la que muchas parejas se apoyaban para poder besarse libremente. Desplacé mi mirada hacia el espacio de la zona de baile; allí, en su mayoría, había chicas bailando con sensualidad, iban en grupos o con sus respectivas parejas de baile.

El ruido que salía de las bocinas (dispersas por toda la planta baja) ensordecía mis oídos y no me permitía escuchar nada. Las luces en movimiento desenfocaban mi visión y me impedían ubicar a la única persona por la que habíamos asistido allí. Elizabeth no estaba por ninguna parte.

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