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ASHER

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ASHER

El resto del día estuve pensando en la confusa reacción de Beth después de haberme escuchado.

Recuerdo que ella volvió la cabeza hacia mí tan rápido que un par de mechones le cayeron sobre los ojos. De un segundo a otro, la vi muy alterada, como si no pudiera soportar tenerme cerca. No puedo estar equivocándome, porque al contarle de mi noviazgo con Lina, ella me apartó lo más lejos posible, y su actitud amigable fue reemplazada por un comportamiento defensivo y cortante.

Considerar que pude herir sus sentimientos me provoca un sentimiento de culpa, aunque no tengo muy claro por qué habría de afectarle que esté con Lina, si a ella nunca le ha molestado verme con otras chicas.

Deslicé los dedos impacientemente sobre mi cabello despeinado y me mordí los labios sin ser capaz de comprender cuál fue la causa de que ella reaccionara así. Beth no quiso hablar conmigo, ni siquiera me miraba y no parecía estar escuchándome.

No creí que fuera correcto seguirla cuando se apartó lejos de mí y comenzó a alejarse con una determinación implacable. Me dolió no ir detrás de ella; me sentí terrible al verla en ese estado, pero no quise empeorar la situación persiguiéndola, cuando era evidente que no me quería cerca.

Al final, terminé regresando a mi casa, y en la media hora de camino, no pude sacar de mi mente la imagen de Beth, triste, de sus ojos cristalinos derramando lágrimas. Me resultaba insoportable deducir que en esos momentos ella podría estar hundida en la melancolía.

Tuve que mantener mi autocontrol para no salir corriendo a buscarla. Contuve esa desesperante urgencia que sentía de verla y abrazarla mientras le susurraba al oído una y mil disculpas.

****

La sospecha que tenía de que Beth estaba enfada conmigo se convirtió en una certeza cuando el lunes no tuve noticias de ella. Ser consciente de su total ausencia fue angustiante y desesperante.

Beth estuvo días sin hablarme, y me estoy expresando bien cuando digo que no recibí ningún mensaje, ninguna llamada ni ninguna notificación suya en el celular. Tampoco me crucé con ella en los pasillos, no la encontré nunca en la cafetería y tampoco la veía llegar en las mañanas, así como tampoco la veía irse a la hora de la salida. La situación era extraña, desconcertante, y preocupante.

Cada parte de mi ser estaba impaciente por volver a verla, por tener noticias suyas para convencerme de que estaba bien, aunque ya sabía que nada estaría bien para mí hasta el momento en que la viera con mis propios ojos.

Y ese esperado momento llegó el día viernes, que, tal como sospechaba, no fui invitado a casa de Beth a ver una película, porque en toda la semana no la vi y no me dirigió la palabra. A pesar de que la estuve llamando todos los días, dejándole mensajes de voz en los que le pedía que habláramos y le rogaba una respuesta a toda esa situación que no entendía, ella nunca me devolvió las llamadas ni revisó ninguno de mis mensajes.

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