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BETH

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BETH

Apenas había transcurrido una semana desde que había entrado a la universidad y hasta ahora las cosas iban excelentes. Después de cada descanso me daba tiempo para llegar a las aulas de clases que correspondían a mis horarios, tomaba notas y prestaba mucha atención a las clases que impartían los docentes, algunos era menos exigentes que otros, pero sus métodos de enseñanza eran implacables.

Había conocido a mi compañera de habitación el mismo día que me instalé en el dormitorio. Su nombre era Diana y era estudiante de nuevo ingreso, igual que yo, pero la carrera que había elegido era medios audiovisuales, así que no coincidíamos en ninguna clase, pero eso no fue impedimento para que nos llevásemos bien desde el primer momento. Diana era una chica extrovertida y alegre. Ya se había hecho muchos amigos en los últimos días y gracias a sus grandes habilidades de comunicación ya estábamos invitadas a las fiestas de bienvenida y a las reuniones más espectaculares que se celebrarían en las residencias, a pesar de ser unas desconocidas para la mayoría de los universitarios.

Aquella mañana, ella se había ido temprano porque tenía que reunirse con sus compañeros de clase para organizar una exposición que harían para la próxima semana. Yo me había levantado un rato más tarde porque ese día mi primera clase era "Apreciación y Formas Musicales Clásicas" y se impartía a las diez de la mañana.

Tuve tiempo para organizar mi habitación, para acomodar mis trabajos y apuntes, después escogí un conjunto de ropa y me metí al baño para ducharme.

Hice lo mismo de siempre, me lavé el pelo, me enjuagué el cuerpo y cuando terminé de ducharme salí de la regadera. Me vestí después de secarme el cuerpo con la toalla, continuamente fui directo a mi habitación para secarme el cabello húmedo con la secadora. No me puse maquillaje, solamente me pinté los labios con brillo labial trasparente y me apliqué un poco de rubor en las mejillas porque estaba demasiado pálida.

Una vez que estuve lista, atravesé el umbral de mi habitación. Antes de irme, tomé mi mochila del perchero y agarré mi carpeta de trabajos del mueble que había junto a la entrada.

Salí del dormitorio al pasillo y me quedé congelada cuando me encontré con la figura de un cuerpo tumbado en el suelo que me bloqueaba el paso. Mi asombro fue aún mayor cuando incliné la cabeza para mirar su rostro y descubrí que era Asher quien estaba sentado en el suelo junto a la puerta.

El gorro que cubría su cabeza no me permitía examinar sus rasgos, pero para mí fue inconfundible, supe que se trataba de él porque le había visto usar esa sudadera azul en incontables ocasiones.

Hice el ademán de apartarle el cabello del rostro y entreabrí los labios para despertarlo, pero no hizo falta que dijera nada porque en una fracción de segundos me crucé con sus ojos centelleantes. Apenas se despertó cuando noté que sus pupilas profundas se dilataron y sus ojos se fundieron con magnetismo en los míos.

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