♡ 53

4 2 0
                                    

BETH

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

BETH

Al siguiente día esperé a Asher en la entrada de la academia, pero en ningún momento le vi llegar y eso me resultó extraño. Después de entrar a clases le pregunté a algunos de sus compañeros si le habían visto y me dijeron que no había asistido, más tarde lo confirme cuando me crucé con Max y él afirmó que Asher no se había presentado a clases los dos últimos días.

Le estuve llamando cuando dio la hora del almuerzo y nunca me contestó, por ese motivo se me alteraron los nervios. Me sentía muy ansiosa e impaciente al no tener noticias suyas, pero no tuve más alternativa que esperar a la hora de la salida para ir a verlo a su casa.

Ese día fui una de las primeras alumnas en subir al autobús escolar y tras veinte minutos de camino me bajé en la parada de mi vecindario. Al pisar el asfalto caminé apresuradamente por las avenidas de las calles, ni siquiera quise pasar a casa a cambiarme y a dejar mi mochila porque no había tiempo que perder, necesitaba ver a Asher y asegurarme de que estaba bien o no podría estar tranquila.

Cuando visualicé la fachada de su casa recorrí la entrada a pasos rápidos y al detenerme delante de la puerta presioné el botón del timbre. Su madre salió a abrir, le pregunté si podía pasar a verlo y ella me dijo que se alegraba de mi visita y que esperaba que yo pudiera subirle el ánimo a su hijo porque desde hacía unos días que se comportaba muy extraño. Ella se hizo a un lado para dejarme pasar y me acompañó hasta el peldaño de las escaleras que conducían al segundo piso.

—Estoy segura de que tú podrás animarlo —me dijo ella, sonriente. Le devolví la sonrisa y subí las escaleras con la ansiedad alterándome los nervios.

Cuando llegué arriba, fui directamente a buscarlo a su habitación. Su puerta estaba entreabierta y en el interior lograba oír el sonido lejano de una canción. Visto que no quería que ocurriera lo de la última vez me detuve junto al umbral y llamé a la puerta con delicadeza. No obtuve ninguna respuesta porque el ruido de la música era un poco más alto, así que tuve que reunir valor para pasar por mi propia cuenta.

Empujé la puerta con suavidad, temiendo encontrarme lo peor, pero esta vez cuando lo vi descubrí que estaba solo. Se encontraba sentado en su cama, inclinado hacia delante, con los brazos apoyados en los muslos. Fue inevitable que no me diera cuenta de que en la mano derecha tenía algo que parecía una bolsa de hielos congelados.

Estaba descalzo, vestido con unos vaqueros desgastados y una camiseta gris; su pelo estaba húmedo, como si acabara de salir de la ducha, pero al analizar detenidamente su aspecto tuve que descartar esa posibilidad.

—¡Hey, hola! —le saludé animadamente después de abrir la puerta.

Suspiré cuando no me respondió ni me devolvió la mirada. Me adentré a su habitación y cerré la puerta a mis espaldas. Volví mi mirada hacia él y descubrí que todavía seguía sentado a los pies de la cama, con la cabeza hundida entre las manos.

Incondicionales Donde viven las historias. Descúbrelo ahora