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Después de tantas horas de trabajo, días y noches sin dormir, arriesgando mi vida por todos en la organización, en el momento en qué más los necesité, me abandonaron y no me protegieron.
Ahora mismo era transportada a quien sabe dónde, tenía las manos atadas en mi espalda, una mordaza y un saco sobre mi cabeza que felizmente tenía huecos para poder respirar.
Noté como el vehículo al que me subieron por fin se detenía después de horas en movimiento. Escuché puertas cerrarse, voces de hombres hablando, pero no podía entender lo que decían, abrieron el compartimiento donde me encontraba, escuchando risas.
— Saquemos a la perra de una vez, el jefe quiere verla cuanto antes. — me sacaron de ahí.
Caminé a tropezones un sendero de piedras, subí escaleras y sentí cómo nos adentrábamos a una construcción, no tenía idea si era un edificio o una casa, pero era grande y tenía más de un piso porque me subieron a un ascensor. Caminé un poco más hasta que me detuvieron y me pusieron de rodillas a la fuerza.
— Quítenselo. — demandó una voz masculina e inmediatamente los demás hombres me quitaron aquel saco de la cabeza.
La luz del día que entraba en ese cuarto me cegó los ojos por un momento y cuando me acostumbré a ella pude reconocer su rostro. Kim Sehun, cabeza de la maldita mafia que llevaba investigando por años. Al fin lo veía cara a cara, pero no pensaba que sería en una situación donde yo sería la que estaba sin salida alguna.
— Haneul, por fin nos conocemos en persona. He escuchado mucho de ti. Mataste y encarcelaste a muchos de mis hombres, eres una chica mala. — sonrió divertido. — ¿No piensas decir nada?
— Mmh mh mhmh mh.
— Oh, sí cierto, no puedes hablar. — rio. — También quítenselo.
Respiré profundo cuando aquel pedazo de tela dejó mi boca y lo miré con odio puro.
— Ahora... ¿qué intentaste decir?
— Voy a matarte, Kim Sehun. ¡Ahora, suéltame! — grité sacudiendo mis brazos, él simplemente sonrió.
— No estás en la posición de pedir, preciosa. Me quitaste muchas cosas además de mis hombres. — se apoyó de espaldas contra su escritorio, colocando sus manos en esta y notándose ligeramente los músculos y venas de sus antebrazos... qué estaba pensando.
— Sí... tu maldita droga de mierda, habré incautado muuucho de esa porquería.
Rio nuevamente, este tipo tenía algo con reírse en una situación así o tal vez se reía de mí.
