VI

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❝ And I don't care
if I'm
forgiven ❞

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Jeongin no sabía lo que estaba haciendo.

Antes de usar el lindo rubor, el tono perfecto de manzana de huerta, mientras se miraba en el espejo, sintió náuseas en su garganta por las caricias dulces de HyunJin en la mañana, un suspiro repudiento salía de sus labios cuando el pelirrojo atravesó la puerta hacia las escaleras de la torre. La repugnancia en su rostro, una mueca qué jamás haría en público, los besos que no olvidaría y que nadie más le había dado, ese escozor de corrupción en su corazón que debía esforzarse por no sentir, Jeongin tenía una sola meta y era hacer que HyunJin firmara el libro, sea cómo sea, tenía que guiar esa mano a la tinta mágica y sellar su cuento de hadas para los Jamás de los Jamases.

Todo se sintió falso, todo era falso. Cómo había aleteado esas pestañas de una manera tierna, copiando la manera en la que miraba con ilusión a Bangchan cada día y cada noche, todo era igual, pero sin algún sentimiento de por medio, ni siquiera, algún deseo claro. Pero en su boca se instalaba un mal sabor, parecido al veneno de una pocima, cada vez que cerraba sus ojos y entre sus labios salían suspiros de satisfacción, el deseante tacto de esas manos trazando su ropa, todo era un hechizo de HyunJin hacia el, Jeongin jamás de los jamases ni siquiera con una manzana ni con el hechizo de Maléfica podría llegar a gustarle el villano de su cuento.

Los alumnos que bailaban tan lento y sofisticado eran hijos de príncipes y princesas famosos, de cazadores, de marionetas de madera y brujas qué envenenaban —una mención especial para HyunJin, claro—. Cuando sus padres, los del Curso de los Clásicos, asistieron al instituto, su madre seguía repitiendo esas fiestas sin plebeyos en los que la magia de hadas era el resplandor principal, los giros entre los bailes de realeza y la champaña amarga qué alentaba el vivido ambiente. Ahora las normas habían cedido a los nuevos movimientos qué carecían de sentido, a la inclusión que tanto odiaba, a Jeongin no le parecía bien que la élite se mezclara con la plebe, era horrible.

El País de las Maravillas se contaba cómo un lugar pintoresco al que no le gustaría ir ni de vacaciones, prefería los lindos campos con animales de formas naturales —no deformados o hechos de cartas, pues le daba náuseas—, jugar con los pajaritos y disfrutar de un sol sin maleficios de por medio. Cada vez que veía a los pocos personajes que habían emigrado, no podía evitar hacer una pequeña mueca. ¡Más si el responsable de esta fiesta había sido el hijo del Gato de Cheshire, ese Yeonjun qué lo miraba tan mal cómo si fuera de la plebe! El felino había ignorado las reglas de etiqueta de manera bestial, un saludo simple antes de rodar sus ojos y marcharse a tomar champaña.

Erase una vez || HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora